miércoles, 18 de diciembre de 2019

EL HACER DEL DISCÍPULO.


 CAPACIDADES HUMANAS, DONES DIVINOS
V PARTE




Pastor Iván Tapia

Lectura bíblica: Apocalipsis 22:12

Propósitos de la lección: Valorar y practicar las buenas obras; diferenciar los conceptos de salvación, obras, don y galardón.


“O
bras son amores y no buenas razones” dice el refrán; “Por sus frutos los conoceréis” aseguró Jesús y el apóstol Santiago afirma “ la fe si no tiene obras es muerta”. Vivimos en un tiempo pragmático en que se espera hechos concretos de las personas e instituciones, menos palabras y más acción. Mucha palabrería es demagogia en política. Me temo que en el campo de la fe y la religión hay bastante demagogia.

El Creador, ya hemos visto, ha dado al ser humano la capacidad de creer, de sentir y emocionarse, de pensar y reflexionar la vida, la capacidad de comunicarse por medio del lenguaje hablado y escrito. Ahora veremos que también nos ha dado la virtud de “hacer”. No creamos que somos los únicos en el planeta con esta cualidad. Basta observar a las hormigas, las abejas y las termitas, para darnos cuenta que también hay otros seres que construyen sociedades con un sistema de distribución del trabajo y las responsabilidades tan y más organizado que nosotros. Hacen edificios, cuevas, colmenas, habitaciones envidiables por su seguridad y calidad de vida. Para judíos, cristianos y musulmanes, que somos tan “homocéntricos”, estos animalitos y muchos más son un ejemplo puesto por el Señor de cómo debemos obrar en nuestras vidas (Proverbios 30:24-31; San Mateo 6:26)

Las capacidades ya nombradas, creer, sentir, pensar y comunicarse, hayan su sentido o razón de ser en esta última, el hacer. Nada sacamos con creer si no hacemos lo que creemos. Personas llenas de sentimientos positivos como la compasión por el prójimo o la devoción por Dios, no son completas sin hacer efectivo en la acción esos sentimientos; la misericordia y el amor a Dios se hacen carne en el obrar. Con el pensamiento pasa lo mismo; ¿qué obtenemos con aprender tanta doctrina bíblica si no la ponemos por obra? Igualmente el que comunica demasiado sus pensamientos y sentires, sin hacer concretamente acciones de bien, es sólo “un metal que resuena”, un instrumento hueco. Obrar, hacer, actuar, llevar a la “praxis” nuestro pensamiento, es imprescindible para una vida cristiana coherente.

En el mundo cristiano hay dos posturas ante las “obras”: 1) los que las consideran requisito para la salvación; y 2) los que no las valoran como elementos de salvación sino como resultado de la obra del Espíritu Santo en el cristiano. El primer grupo, dado que relaciona salvación con obras, sobrevalora la importancia de ellas a tal punto que éstas caracterizan su forma de cristianismo. En cambio el segundo grupo tiene la tendencia a desmerecer el ejercicio de éstas, llegando incluso a despreciarlas en su vivencia de la fe; su práctica cristiana suele concentrarse exclusivamente en la evangelización y el iglecrecimiento. Si la salvación es exclusivamente por la fe en Jesucristo –piensa este grupo- y sólo depende de la obra de Cristo en la cruz, entonces concentrémonos en el mensaje de la crucifixión y resurrección de Jesús.

Al parecer los cristianos estamos entrampados en este lazo teológico. Por un lado una gran consideración hacia las obras y por otro un desprecio de ellas. Por supuesto hay matices y diversidad de posturas entre estos dos extremos. Podemos dilucidar este dilema ubicando en el lugar que corresponde los conceptos de: a) salvación, b) obras, c) don y d) galardón.

La salvación es aquel estado de gracia que obtenemos por medio de la fe en Jesucristo. El Hijo de Dios ha muerto en la cruz por nuestros pecados, su sacrificio redentor ha sido aceptado por el Padre y a toda persona que acepta ese sacrificio expiatorio como regalo de Dios, le es concedida la eterna y completa salvación. El mensaje del Evangelio es de una claridad absoluta (San Juan 3:16) y no hay lugar a equívocos; pero los cristianos tendemos a complicarlo y enredarlo hasta para nosotros mismos. La salvación ha sido dada gratuitamente a los seres humanos y Dios, como un Ser sabio e inmutable, además nos ha provisto de Su Espíritu Santo para poder asumir esta nueva vida que tenemos después de la conversión. No debemos vivir asustados pensando que por cualquier pecado o mala conducta podremos perder la salvación. Ésta es un regalo de Dios y como tal no depende de nuestras obras (Romanos 8:37-39)

Otra cosa son las obras humanas. Las hay de dos tipos: a) obras de la carne y b) obras del Espíritu o frutos del Espíritu Santo. Mas ¿quién podrá distinguir unas de otras? Juzgar la obra de alguien como “de la carne” puede ser atrevido e injusto; podríamos caer en blasfemia contra el Espíritu Santo. Y aquellas obras que aparecen más santas podrían ser sólo intentos de la carne que se esfuerza por alcanzar santidad. No seamos tan prontos en calificar una obra de buena o mala; es más sano que dejemos este juicio al Señor. Pablo prefería no juzgar a nadie, ni siquiera a sí mismo (1 Corintios 4:3-5). Las obras nada tienen que ver con la salvación. La salvación dice relación con las obras de Jesucristo: su vida, pasión, muerte y resurrección; por medio de esas obras perfectas es que hemos alcanzado la salvación (Hebreos 5:7-9) Las obras en el discípulo de Jesucristo están relacionadas con la santificación; son el resultado de la acción de Su Espíritu en nosotros (Gálatas 5:22,23)

Quien es salvo ha recibido un regalo, un don, un obsequio, una gracia de Dios (Efesios 2:4-10) la cual es vida eterna y vida “zoé” –la que viene de lo alto, para diferenciarla de la vida biológica- abundante del Espíritu Santo, la cual produce en el cristiano virtudes, buenas obras e hijos espirituales. Las virtudes son las cualidades de Jesucristo: fe, paz, amor, esperanza, etc. Las buenas obras son las acciones misericordiosas, como: alimentar al hambriento, dar de beber al sediento, acoger al forastero, vestir al desnudo, atender al enfermo y visitar al preso (San Mateo 25:35,36) El don sólo se recibe, no se merece ni se trabaja por obtenerlo; nadie se esfuerza por obtener un regalo en Navidad o recibir un obsequio en el cumpleaños.

Tomando el ejemplo anterior, podemos decir que sí nos esforzamos por alcanzar un premio a final de año en el lugar de estudios o de trabajo. La copa, el diploma o el galvano son un galardón, una recompensa, un premio. La salvación no es un galardón sino un don. El Señor ha puesto una meta ante todo cristiano: llegar a ser como Jesús (Romanos 8:29) y alcanzar la corona de justicia (2 Timoteo 4:8) Pero esta corona será un galardón entregado sólo a los que hayan hecho Sus obras, será el premio a nuestra conducta, allí seremos medidos por nuestras obras. Esta corona pertenece a un reino, el Reino de Dios que se establecerá en la tierra durante mil años. Podrán participar de ese reino sólo los que salgan aprobados en el Tribunal de Cristo (2 Corintio5 5:10) El galardón es el premio justo dado por un Dios justo a sus hijos obedientes (San Mateo 25:14-30) No obtenerlo no significa perder la salvación pero sí ser eximidos de disfrutar el milenio en el Reino de Jesucristo. En la parábola el Maestro nos habla de una boda; hay vírgenes que salen a recibir al Esposo, unas prudentes y otras insensatas. Estas últimas no se han preparado para recibirle. Todas pertenecen al reino puesto que todas tienen sus lámparas ¿acaso todos los cristianos no tenemos la capacidad de ser llenos del Espíritu Santo y de Su amor y hacer obras de misericordia sirviendo a nuestro prójimo? Pero no todas pueden entrar a las bodas. De ningún modo significa que las insensatas no estarán en la eternidad con el Señor sino que no podrán disfrutar de este galardón especial que es participar en Su reino (San Mateo 25:1-13) Cuando venga Jesucristo, con Él vendrá un premio o una reprensión para todo cristiano; no pensemos que sólo habrá castigo para los que no quisieron creer en Él (Apocalipsis 22:12; Mateo 16:27; Lucas 14:14)

CONCLUSIÓN
Podemos concluir, revisados los textos bíblicos aclaratorios acerca del papel de las buenas obras, que el obrar es parte muy importante de la vida cristiana.  Veamos esta fórmula:
Don= Salvación à Santificación (Vida cristiana= Oración + Servicio) à Galardón
La salvación, regalo de Dios, es el punto de partida de la vida cristiana, ha sido conquistada por Jesucristo para nosotros, Autor y Consumador de la fe. La vida cristiana es un equilibrio entre vida de oración o vida devocional y vida de servicio o de misericordia. La santificación es un proceso que comienza con la conversión y se proyecta hasta nuestra muerte; su meta es transformarnos a la imagen de Jesús y su galardón la participación en el reino milenial. Don y galardón son dos elementos entregados por Dios, el primero por gracia y el segundo por obras. Por lo tanto la práctica de las obras es un deber de la vida cristiana, tan importante como la fe en Jesucristo.




domingo, 15 de diciembre de 2019

¿JUZGAR O NO JUZGAR?

CAPACIDADES HUMANAS, DONES DIVINOS
VI PARTE

 


Pastor Iván Tapia

Lectura bíblica: Hebreos 5:14

Propósitos de la lección: Desarrollar una conciencia capaz de juzgar y discernir acorde a la mente de Dios.
 

H
ablando con realismo, todos juzgamos las conductas de nuestro prójimo. Se habla de los padres, que si hicieron correctamente su labor formadora con sus hijos, se habla de éstos si son buenos o desagradecidos; evaluamos las conductas y actitudes de los personeros públicos, de los maestros, los religiosos, etc. Si no lo hacemos en reuniones, lo hacemos con nuestros cónyuges o familias. Y por último, si somos personas muy discretas, lo hacemos en nuestra mente. Pero nadie escapa a esta característica pues hemos sido dotados de una capacidad de juicio.
 

I. JUZGANDO EL JUICIO

Juzgar, según el diccionario, es “deliberar, quien tiene autoridad para ello, acerca de la culpabilidad de alguno, o de la razón que asiste en cualquier asunto, y sentenciar lo procedente”. De modo que, sea que lo hagamos con otros o en la intimidad de nuestro pensamiento, al juzgar la conducta y el proceder de otra persona o grupo, estamos deliberando o discutiendo el asunto para llegar a una sentencia final. Pero ¿tenemos la autoridad para hacerlo? Las sociedades y las organizaciones instituyen personas con capacidad para juzgar. Estos jueces y autoridades lo hacen bajo ciertas normas, reglamentos, estatutos, códigos. En la Iglesia se ejerce juicio de acuerdo a como Jesucristo lo indica en el Evangelio. Pero en el diario vivir ¿es correcto que hagamos juicio? La Biblia plantea un justo equilibrio entre hacerlo y no hacerlo, aclara la forma en que no debemos hacerlo y el modo correcto en que podemos hacerlo si determinamos llevarlo a cabo. Es lo que estudiaremos a continuación.
 

EL JUICIO NOS RETRATA


"No juzguéis, para que no seáis juzgados" (San Mateo 7:1).

En el Sermón del Monte, el Maestro nos aconseja no juzgar, pues quien lo hace probablemente del mismo modo será juzgado. La misma medida que aplicamos a otro nos será aplicada a nosotros. Si juzgamos duramente la conducta generosa de otro, como “despilfarro”, tal vez sea porque nosotros anhelamos ser tan generosos como él. Seguramente cuando actuemos así también seremos juzgados de ese modo. En nuestros juicios, a veces lapidarios, en verdad reflejamos nuestra propia condición. Cuando María de Betania tomó una libra de perfume de nardo para ungir los pies del Maestro, Judas juzgó este gesto como un despilfarro y falta de solidaridad con los pobres; en realidad se estaba juzgando a sí mismo, pues él era ambicioso, ladrón y materialista, después vendería a Jesús por un puñado de monedas (San Juan 12:3-5). Cuando juzgue la conducta de otros hágase esta pregunta: ¿qué característica personal estoy juzgando de mí mismo? 

NO TENEMOS DERECHO A JUZGAR

Otro caso de juicio literalmente “lapidario” es el de aquella mujer que fue sorprendida por los judíos en el acto mismo de adulterio. Estaba pronta a ser apedreada, lo cual habría causado su muerte. El Maestro dice “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella”. Comenzando por los más viejos, con más pecados acumulados, hasta los más jóvenes, se retiraron; pues nadie tenía autoridad para juzgarla (San Juan 8:1-11). Es claro que ningún ser humano, siendo todos pecadores, puede hacer un juicio moral de otro. Podemos evaluar la mala o buena conducta de otro, de acuerdo a un código social establecido, pero no tenemos derecho a juzgar y condenar. Sólo Dios puede hacerlo justamente. 

LA MEDIDA DE NUESTRO JUICIO

“Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido” (San Mateo 7:2)

Todos los cristianos habremos de ser juzgados en el Tribunal de Cristo (2 Corintios 5:10; Romanos 14:10) según nuestras obras o comportamiento. Será el momento de ser juzgados con justicia ¿Cómo nos juzgará Dios? Conforme a nuestras creencias, conforme al Evangelio que hoy proclamamos, conforme a Su Verdad. Si hemos sido personas sin misericordia en nuestros juicios, Él será sin misericordia en Su juicio. Si hemos sido excesivamente críticos, Él será crítico con nuestra conducta. Si hemos hablado de amor y no fuimos amorosos con el prójimo, pues Él no será amoroso con nosotros. Si somos misericordiosos en nuestro juicio del prójimo, Él Juez justo será misericordioso en el tribunal. Si somos perdonadores Él nos perdonará. Si somos pacientes y tolerantes ahora, Él hará otro tanto. Todo esto “porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio” (Santiago 2:13). Aún cuando Jesucristo actuará como Juez en el tribunal de Cristo, Él lo hará con misericordia (San Lucas 6:37). Ser juzgados, condenados o perdonados dependerá de nuestra conducta hoy, aquí en la tierra. 

POCA IMPORTANCIA DEL JUICIO HUMANO

“Yo en muy poco tengo el ser juzgado por vosotros, o por tribunal humano; y ni aún yo me juzgo a mí mismo” (1 Corintios 4:3)

El apóstol expresa que le tiene sin cuidado el juicio de otros. No todas las personas tienen esa capacidad de abstraerse de la opinión de los demás, pero Pablo goza de esa cualidad que le hace libre del juicio externo. No teme a tribunal humano, dice, queriendo decir con ello que sí guarda temor y respeto por el tribunal de Cristo. En verdad éste debe ser nuestro temor, el juicio de Dios. Y aclara que tampoco se juzga a sí mismo, ejemplo que todos debiésemos seguir, sobre todo cuando somos tan autoexigentes en un mundo altamente competitivo. El juicio que la persona se hace de sí misma es muy subjetivo, lo realiza a partir de su propia conciencia, por lo tanto no es confiable; preferible es ser juzgados por el Señor (1 Corintios 4:4 

EL JUSTO JUICIO DE DIOS

Esperar el juicio de Jesucristo tanto para con nosotros, como para con nuestros hermanos y prójimos, es lo más sabio. Hacerlo ahora es anticipar el tiempo, no es tiempo de juicio sino de misericordia y gracia. Sólo Jesucristo, Luz del mundo, podrá aclarar todo lo que hoy está en la oscuridad: las motivaciones, las aspiraciones ocultas, los planes escondidos, los pecados tapados, etc. Ese día cada cristiano recibirá su reprensión y su alabanza (1 Corintios 4:5) 

EL INEVITABLE JUICIO

El problema del juzgar es que, sea correcto o incorrecto, igual lo hacemos involuntariamente. Ya que no podemos escapar a esta condición de ser seres creados con una conciencia de juicio, es que el Señor nos ha dado una salida: "No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio” (San Juan 7:24) 

II. EL JUICIO JUSTO.

Si hemos de juzgar, deberemos hacerlo de acuerdo a ciertos principios que la Biblia nos enseña. He aquí algunos. 

1) ANTES DE JUZGAR, MÍRESE A SÍ MISMO.

“¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?” (San Mateo 7:3)

Aquí la Palabra de Dios habla acerca de alguien que tiene defectos, errores y pecados; pero critica al otro, sin mirarse a sí mismo que su pecado es tan malo y quizás peor y mayor que el de su prójimo. En otras palabras, nos enseña a mirar primero nuestra condición antes de emitir un juicio. También señala esa característica de los seres humanos, aquella debilidad por criticarlo todo, por juzgar rápida y livianamente al hermano o vecino. Tú miras la paja que está en el ojo del otro, esa brizna o pelusilla en su ojo; en cambio no ves la enorme viga que hay en el tuyo. Un hermano hacía esta paráfrasis: “¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no el aserradero en el tuyo?” Tal vez tenemos una gran cantidad de manchas en nuestra mirada y esas mismas manchas, como en el caso de las cataratas en los ojos, empañan nuestra mirada sobre el otro. ¡Cuidado con los juicios fáciles! No olvidemos ese principio ya expuesto de que el juicio nos retrata.


 

2) NO JUZGUE A OTRO DE SU PECADO SI USTED ES CULPABLE DEL MISMO.

“O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo?” (San Mateo 7:4)

 Los que venían a juzgar y a condenar a la mujer adúltera, al mirarse a sí mismos desistieron de sus juicios. ¿Se sintieron culpables? ¿o indignos de juzgar? ¿tuvieron acaso misericordia de esa pobre mujer? Creo que no fue la misericordia de ellos, sino la de Jesús, que no le condenó. Ellos actuaron como siempre, en forma legalista; se aplicaron la ley a sí mismos y resultaron faltos.

Es evidente que el pasaje mencionado se refiere a un juicio hipócrita. El hermano que tiene una viga en su propio ojo no debe juzgar a otro que tiene una paja en el suyo. La enseñanza es clara, usted no puede juzgar a otro de su pecado si usted es culpable del mismo pecado.

Puede ser que no caigamos en adulterio, lascivia, actos impuros, pero los veamos en la televisión, en los periódicos y revistas, nos llamen la atención y conversemos sobre ello. Es otra manera más solapada de pecar. Nuestra carne, hermanos, es inclinada al mal y seguimos siendo pecadores, aunque nos hayamos arrepentido. El pecado está en el corazón del hombre.

 

3) NO SEA HIPÓCRITA, NO FINJA LO QUE NO ES

“¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano” (San Mateo 7:5)

Si usted desea ser un buen juez de otras personas, comience por hacer un juicio en que el acusado sea usted mismo. Un buen profesor hace primero él lo que enseña y pretende lograr de sus alumnos, es decir enseña con el ejemplo. Un buen médico muestra en sí mismo el cuidado de la salud que él recomienda a sus pacientes. Todo profesional, si se aprecia a sí mismo y es coherente con su vocación, cumplirá primero en su propia vida lo que practica con y por los demás.

Lo contrario es incoherencia e hipocresía. Hipocresía es el fingimiento y apariencia de cualidades o sentimientos que no se tienen. ¿Cómo vamos a exigir que otros sean generosos si nosotros actuamos de manera egoísta? ¿Qué derecho tenemos a demandar obediencia si nosotros no respetamos la autoridad? Nada podemos obligar a hacer a otros si nosotros no lo cumplimos en nuestras vidas. Todo el mundo sabe que es una hipocresía pedir del otro algo que no tenemos; pedir amor sin tenerlo nosotros. Cuando lo exigimos fingimos tenerlo, porque es evidente que nada se puede exigir si primero no se cumple en nosotros.

 

4) LÍMPIESE ANTES DE JUZGAR

“¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano” (San Mateo 7:5)

Si ya ha sacado esa viga de usted, si ha dejado el egoísmo, si es una persona generosa, si usted está siempre dispuesto a ayudar el prójimo con un buen corazón, entonces sí ahora está en condiciones de emitir un juicio mesurado. ¿Por qué no un juicio tajante y definitivo? Porque nada en el ser humano es definitivo. Quizás ahora usted tenga esa buena disposición hacia el prójimo, esté pasando un buen tiempo económico, emocional, espiritual; pero ¿quién dice que mañana no será probado como Job y ya no podrá ser tan dadivoso?  El juicio para con el hermano debería ser entonces con mucha comprensión.

Dice Jesús que, luego de haber sacado nuestra viga “entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano”. Por tanto es esencial para emitir un juicio justo, primero comenzar por casa, por nosotros mismos y preguntarnos ¿estoy capacitado para juzgar a mi hermano en esta área? Nótese que el juicio debe ser acotado o restringido exclusivamente a un área específica. David fue enjuiciado por Natán en algo muy específico: adulterio y asesinato (2 Samuel 12:1-10); no fue juzgado por otra cosa que no fuera aquella grave falta por la cual hizo blasfemar a otros de Dios (v. 14)

Natán habló a David no sólo por su inspiración del Espíritu Santo, sino también porque él mismo era un hombre santo, limpio de tales pecados. El Señor no puede usar instrumentos inmundos para juzgar a otros, cuando es imprescindible hacerlo (2 Timoteo 2:21)

 


III. DESARROLLANDO EL JUICIO JUSTO


Hemos visto que para bien juzgar tenemos que: a) antes de juzgar, mirarnos a nosotros mismos; b) no juzgar a otros de su pecado si somos culpables del mismo; c) no ser hipócritas finjiendo lo que no somos; y d) limpiarnos antes de juzgar. Pero nada podríamos hacer al respecto si no desarrollamos la capacidad de juzgar que es el discernimiento.


 

EJERCÍTESE EN EL DISCERNIMIENTO DEL BIEN Y DEL MAL

"Pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal" (Hebreos 5:14)

Cuando la Sagrada Escritura del Nuevo Testamento habla de “alimento sólido” se está refiriendo a una comida espiritual más elaborada y contundente, que tiende al desarrollo de virtudes, actitudes y compromisos con Dios más adelantados, quizás correspondientes a personas que cumplen funciones específicas en la obra y a líderes de pequeños o grandes grupos. Esas personas cristianas deberán poseer un sentido del juicio, o conciencia, ejercitado en el discernimiento de lo bueno y lo malo. Tales personas, consideradas maduras, son capaces de separar juicio de condenación; los hombres no estamos en este mundo para condenar a nadie, sólo Dios condena por medio de Su Palabra. Pero sí podemos ejercer juicio “justo”, mas para ello necesitamos discernimiento 

El discernimiento es una capacidad que actúa como una especie de cedazo, como cuando los obreros de una construcción separan la arena de las piedras con un harnero. Esta capacidad es uno de los signos de madurez espiritual. Los teólogos aclaran el significado de "discernir" como "una distinción, una clara diferenciación, discernimiento, juicio; se traduce 'discernir' en 1 Corintios 12:10 discernimiento de espíritus, juzgando por evidencias si es que son de Dios o son del maligno". Es decir que discernir significa también juzgar. Aquí no hablamos de un don sino de una capacidad desarrollada, la cual es signo de madurez, la virtud de justicia (Mateo 5:38-42).

 

LA VIRTUD DE JUSTICIA

¿Cuál es la diferencia entre justicia y discernimiento? La justicia es la virtud cardinal que consiste en “la voluntad firme y constante de dar a cada cual lo suyo”. Dar a cada uno lo suyo no significa dar a todos lo mismo, sino una igualdad proporcional, correspondiente a la dignidad y derechos de cada uno. El juicio a un ministro, que tiene mayor conocimiento y responsabilidad que un miembro nuevo, no podrá ser igual que a cualquier cristiano, por ejemplo. Existen diversos tipos de justicia humana: a) conmutativa o particular, defiende el bien privado de la persona física o moral; b) general o legal, propia de toda comunidad y fomenta el bien común; c) distributiva, regula la cantidad de privilegios que corresponde a cada uno en la sociedad; d) social, protege los llamados derechos naturales de la sociedad y de sus miembros; e) vindicativa, lleva al culpable a la pena merecida, en espíritu de reparación y no por venganza.  

Pero Dios en Su Palabra nos ha mostrado otro tipo de justicia, la justicia evangélica, la cual desborda a la justicia humana. Esta justicia es una mezcla de ley y caridad. Para ejercerla consideraremos los siguientes principios:

1)      El discípulo debe cumplir con lo exigido por la justicia con espíritu de caridad, no por obligación.

2)      El amor no se preocupa por saber cuáles son los límites estrictos del derecho de otros, sino que sólo mira a la necesidad del prójimo. Incluso atiende a los que han perdido su derecho.

3)      La caridad está siempre pronta a renunciar a sus propios derechos en provecho del prójimo, siempre y cuando no signifiquen la perdición de ambos.

 

COMO DESARROLLAR UNA CONCIENCIA JUSTA

El discernimiento en comparación con la justicia, es apenas una función de ésta. Por medio del discernimiento puedo ejercer justicia. El discernimiento no necesariamente me conduce a ejecutar justicia; puede ser únicamente un ejercicio intelectual. Discernimos que tal o cual persona está equivocada, que lo que alguien hizo no es correcto, que fue malo o bueno lo que respondí o hice; pero todos estos juicios no implican necesariamente un veredicto y una condena al imputado. El discernimiento nos sirve para evaluar conductas, lo cual es necesario. Educar al discípulo en el discernimiento, para que sepa discernir entre lo bueno y lo malo, y así juzgar en forma correcta, es un desafío para todo tutor. Desarrollar una conciencia capaz de juzgar y discernir acorde a la mente de Dios, es una tarea no menor en el discipulado. A continuación veremos como se desarrolla esta capacidad: 

1.      Reflexionando sobre las propias decisiones y sus consecuencias. Si no aprendemos a sacar conclusiones de los que nos sucede como efecto de nuestro caminar, jamás avanzaremos en el desarrollo de la justicia y el discernimiento.

2.      Estudiando la Palabra de Dios, pues en ella están los pensamientos del Juez Supremo, podemos entender Su Verdad y comprender el modo de examinar cada acontecimiento de la vida.

3.      Orando y pidiendo al Señor que nos dé don de discernimiento, que desarrolle nuestra capacidad para diferenciar el bien del mal y ponga la virtud de justicia en nosotros para dar a cada uno lo que le corresponde.

4.      Aumentar la capacidad de amar a nuestro prójimo, para ejercer la justicia del Evangelio.

 

PARA REFLEXIONAR

1)      Analice el caso del fornicario en 1 Corintios 5:1-13.


2)      ¿Juzgó Pablo al hombre fornicario de la iglesia de Corinto?


3)      ¿Faltó Pablo al mandato del Señor "no juzguéis, para que no seáis juzgado" al juzgar al hombre e instruir a la iglesia a juzgar también?


4)      Lea Mateo 22:15-22 y Mateo 23:13-39. ¿Podemos los cristianos hacer el mismo juicio que Él hizo a los fariseos, sobre nuestros hermanos o prójimos?


5)      Estudie y comente con su tutor el procedimiento disciplinario de Mateo 18:15-17. 


 

BIBLIOGRAFÍA

1) Aristos, Diccionario Ilustrado de la Lengua Española, Editorial Ramón Sopena, 1965.

2) “La Ley de Cristo”, Bernard Häring, Tomo I, Editorial Herder, Barcelona, 1964.

3) http://www.amen-amen.net/loqueno/juzgar.htm
4) http://interbiblia.com/db/juizbibl.htm
5) http://www.buscadoresdelreino.com/NoJuzgar.htm
6) El Evangelio de Dios, Watchman Nee; Living Stream Ministry; Anaheim, California, USA. 1997.

 

miércoles, 11 de diciembre de 2019

APRENDER.

CAPACIDADES HUMANAS, DONES DIVINOS
VII PARTE

 
Pastor Iván Tapia

 

Lectura bíblica: San Mateo 11:29
 
Propósitos de la lección: Que el discípulo conozca que dice la Biblia acerca de la capacidad de aprender y busque el aprendizaje espiritual aprendiendo a Cristo. 

A
 través de estas charlas hemos visto que Dios ha dado al hombre diversas capacidades: creer, sentir, pensar, hablar, actuar o hacer, juzgar. ahora analizaremos otro aspecto muy importante y que nos diferencia del resto de los seres que viven en la tierra, la capacidad de aprender. 

EL APRENDIZAJE ES INHERENTE A LA VIDA
Todos los seres vivos aprenden, desde la ameba hasta el orangután; desde la más humilde de los helechos hasta el ser humano. El hombre y la mujer pueden aprender. Se aprenden ideas, conceptos, normas, sentimientos, movimientos, actitudes, modales, valores, técnicas, oficios y profesiones. Aprender es incorporar a mi persona esquemas nuevos de comportamiento mental, afectivo, motriz y social. Aprender significa que aquella conducta no la tenía antes. Por lo tanto aprender es mejorar, desarrollarse, crecer.  

Dios no aprende porque es perfecto y Omnisapiente, lo sabe todo. Jesús tuvo que aprender, en tanto fue hombre, pero como Dios su aprendizaje lo hizo de un modo perfecto. Nos preguntamos ¿tendrán que aprender los ángeles? Aprenderán que no es conveniente abusar del amor de Dios y desobedecerle, como lo hizo Satán que escogió la rebelión. Si los ángeles no tuviesen libre albedrío, Lucifer no se habría rebelado contra el Señor. 

Lo más importante que el hombre necesita aprender es a respetar a su Creador; que la felicidad sólo se encuentra en Cristo; que la vida no termina con la muerte; que en esta vida tenemos una oportunidad de reconciliarnos con Dios en Cristo; que Jesús ha muerto por nosotros y que es su deseo que hagamos nuestro ese sacrificio. Si aprendemos estas verdades fundamentales seremos felices. 

Necesitamos aprender a vivir, aprender la enfermedad, a tener un hijo, a perder seres amados, aprender la amistad, a tener enemigos, la persecución, aprender una profesión, aprender la pobreza y la riqueza, y por último aprender a morir. Estamos en este mundo para aprender a relacionarnos con Dios. Fuimos enviados para aprender. Por las buenas o por las malas el Señor nos brindará ese aprendizaje. En el caso de los cristianos, estamos aprendiendo a ser ciudadanos de un Reino, siervos obedientes de un Rey. Nuestro mayor desafío es aprender a vivir hoy bajo y en el Reino de Dios; para vivir un día, si somos fieles, en el Reino Milenial de Cristo; o bien en el Reino de los Cielos, por una eternidad. 

EL APRENDIZAJE ESPIRITUAL
¿Qué nos enseña la Biblia acerca de esta importante capacidad? A continuación veremos tres aspectos del aprendizaje mostrados en la figura de Jesucristo. Estos aspectos están referidos al aprendizaje espiritual, el aprender a ser buenos cristianos, verdaderos discípulos del Cristo. El primero es como Jesús nos dio su ejemplo; el segundo es la actitud correcta para ese aprendizaje, y el tercero es la naturaleza sobrenatural de ese aprendizaje de Jesús. 

Jesús nos dio ejemplo de aprendizaje.
“Por lo que padeció aprendió la obediencia” (Hebreos 5:8)

Dios se hizo hombre y como tal se sometió a todas las condiciones de la naturaleza humana, entre las cuales está la de aprender de otros. Se sometió a sus padres humanos, “estaba sujeto a ellos” (San Lucas 2:50) y los respetó como autoridad; se sujetó a los maestros o rabí de su pueblo, quienes le enseñaron las Escrituras y también a las autoridades eclesiásticas y civiles. En todo demostró en Si mismo lo que hoy nosotros debemos hacer, obedecer. Como hombre debía someter su carne aunque como Dios no necesitaba aprender pues era dueño de todo el conocimiento, pero para ser perfecto Maestro tenía que primero ser el perfecto Discípulo. Desde su infancia se somete y nos deja una gran lección a los 12 años, mostrándonos la prioridad del discípulo: “en los negocios de mi Padre me es necesario estar” (San Lucas 2:49). La lección culmina con una de sus últimas oraciones: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (San Lucas 22:42) 

Jesús nos enseña con su actitud a ser como Él.
 “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (San Mateo 11:29)

De su actitud humilde y obediencia absoluta al Padre, obtiene Su aprobación, lo cual queda demostrado por Su resurrección. Así mismo obtendremos nosotros el galardón si aprendemos a ser mansos y humildes como Él. La mansedumbre es una actitud muy preciada por Dios y necesaria para el aprendizaje. El alumno que no se somete al que lo enseña, poco va a adelantar en su aprendizaje; la persona que no se somete a los embates de la vida, que no agacha su orgullo, que no es flexible a las presiones, poco aprenderá de ella; el discípulo que no se somete a Jesucristo no podrá ser modelado por Él. Dios nos llama en su Palabra “ovejas” porque espera de nosotros la mansedumbre de un cordero o una ovejuela; sin embargo solemos ser más parecidos a las cabras y cabritos, por nuestra rebeldía.  

Jesús se puso como ejemplo de mansedumbre y humildad para todos sus seguidores. Siendo Dios se hizo hombre, siendo hombre se hizo siervo de todos; no fue altanero, soberbio ni orgulloso, teniendo razones para defenderse e imponer Su voluntad, sin embargo fue sumiso, como un cordero fue llevado a la cruz, más obtuvo Su premio: rescató a la humanidad de las tinieblas, “vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (Hebreos 5:9,10), fue declarado Sumo Sacerdote, fue resucitado de entre los muertos y ahora vive como el Hijo del Hombre para siempre. Del mismo modo nosotros podemos conquistar la bienaventuranza en el reino venidero, si somos humildes: “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad” (San Mateo 5:5). 

Jesús se aprehende y aprende.
“Mas vosotros no habéis aprendido así a Cristo” (Efesios 4:20)

Uno de los textos sobre la relación que tenemos los cristianos con Jesucristo, que más me sorprende es éste. Hablando del aprendizaje del discípulo no se refiere a aprender doctrina o aprender las enseñanzas de Jesús o la Escritura, sino que habla de “aprender a Cristo”, de modo que se entiende que lo que aprendemos no es una letra, unas frases, unos textos memorizados, algo escrito en fría tinta, sino que estamos aprendiendo a una Persona. Es muy distinto aprender “de” alguien que aprender “a” alguien; si aprendo de alguien, pues esa persona me transmite algo que ella sabe, pero si aprendo a alguien, entonces yo estoy recibiendo a esa persona completa en mí mismo, dentro de mi. Esto se asemeja a esas palabras de Jesús, cuando Él se presenta como el Pan de vida: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna” (San Juan 6:54). Aprender a Cristo es como alimentarse de Él. A los primeros cristianos se les acusaba de seguir un culto antropófago porque hablaban de alimentarse de Jesucristo; mas nosotros nos alimentamos de Él como todo el cuerpo humano se alimenta de la sangre que bombea el corazón, somos uno con Cristo. Así es que podemos decir que aprehendemos, nos apropiamos, cogimos, asimos al Señor dentro de nosotros y aprendemos a ser Él. 

LA BIBLIA NOS HABLA DE APRENDER
¿Qué necesitamos aprender los discípulos de Jesucristo? La Biblia nos presenta varias pistas al respecto, si seguimos el orden de aparición de la palabra “aprender”, a partir del Antiguo Testamento. Veamos qué lecciones encontramos en estos textos. 

1) Aprender su palabra y temer a Dios.
“El día que estuviste delante de Jehová tu Dios en Horeb, cuando Jehová me dijo: Júntame el pueblo, para que yo les haga oír mis palabras, las cuales aprenderán, para temerme todos los días que vivieren sobre la tierra: y las enseñarán a sus hijos” (Deuteronomio 4:10)

Dios desea reunir a Su pueblo y enseñarle Su sabiduría, para que todos aprendamos de Él a través de la boca de nuestros pastores. El temor de Dios, que es pleno respeto hacia Su Persona, aceptación y sumisión a Su gobierno, Su Señorío; este es el principio de todo conocimiento, el principio de la sabiduría. En tanto estemos en esta tierra deberemos temerle a Él y esa debe ser la principal enseñanza que transmitiremos a nuestros hijos biológicos y a nuestros hijos espirituales. Aprender las palabras de Dios, temerle y traspasarlas a las nuevas generaciones es la orden de este versículo.

2) Imitar los modelos puestos por Dios y no al mundo.
“Cuando hubieres entrado en la tierra que Jehová tu Dios te da, no aprenderás á hacer según las abominaciones de aquellas gentes.” (Deuteronomio 18:9)

No imitamos al mundo sino al Señor. Él nos ha puesto delante el mejor Modelo: Su Hijo Jesucristo, el Hijo del Hombre, un Arquetipo perfecto de Su Palabra, el Verbo de Dios. Luego están los grandes hombres y mujeres de Dios de quienes la Biblia nos habla, tales como Abraham, Moisés, David, Salomón, los profetas, los Doce apóstoles, San Pablo, San Juan, San Pedro, etc. ejemplos de fe, obediencia, amor, esperanza, a imitar. Después tenemos a los santos héroes de la fe cristiana, semilla sembrada en veinte siglos de cristianismo. Finalmente los ministros vivos de Dios hoy, nuestros pastores. Tenemos mucho que aprender de Su pueblo y Su Iglesia para perder nuestra mirada en las abominaciones de la sociedad actual. 

3) Comprender su voluntad y practicarla.
“Tus manos me hicieron y me formaron: Hazme entender, y aprenderé tus mandamientos.” (Salmos 119:73)

Si Él nos formó con amor, como el alfarero que amasa el barro con cariño y creatividad, Él sabe quienes somos y qué necesitamos. Él puede limpiar nuestra arcilla, lo que somos, de cualquier piedrecilla e impureza, Él puede darnos la luz para comprender el camino que debemos recorrer, para conocernos mejor a nosotros mismos, para poner por obra sus dichos. Necesitamos entender qué nos conviene y aprender Sus mandamientos. Aprender no es sólo saber, memorizar y repetir, sino aplicar, practicar, obedecer. El verdadero aprendizaje se demuestra en acciones. Podemos decir que un discípulo ha aprendido la honestidad, por ejemplo, no cuando repite todos los versículos bíblicos que tratan sobre ella, sino cuando éste se comporta en forma honesta. 

4) Estar dispuestos a ser amonestados, para aprender.
“Cuando el escarnecedor es castigado, el simple se hace sabio; Y cuando se amonestare al sabio, aprenderá ciencia.” (Proverbios 21:11)

Escarnecer es hacer una grosera e insultante expresión de desprecio hacia otra persona, de un modo persistente, con el objeto de afrentar y ofender. El sencillo, inocente e ingenuo es más sabio que el escarnecedor de su prójimo. Si se amonesta al escarnecedor, éste es orgulloso y no reconoce su culpa; en cambio el sabio se enriquece con la amonestación, aprende la ciencia de vivir, aprende de Dios. Esta es la correcta actitud que debemos guardar, estar dispuestos a ser amonestados, para aprender. 

5) Estemos advertidos: los impíos no aprenderán justicia.
“Alcanzará piedad el impío, y no aprenderá justicia; en tierra de rectitud hará iniquidad, y no mirará a la majestad de Jehová.” (Isaías 26:10)

Aunque Dios tenga misericordia de él, el impío no aprende justicia. Donde se le trata bien, donde gobierna la bondad y el amor, donde prima la rectitud, el impío sigue siendo un injusto, pecador, que no reconoce el gobierno de Dios, no mira ni ve la autoridad y el Señorío de Cristo. Es bueno pensar que el ser humano puede cambiar, pero la Palabra nos advierte que hay muchos impíos que jamás aprenderán justicia. 

6) Tengamos esperanza: muchos aprenderán
“Y los errados de espíritu aprenderán inteligencia, y los murmuradores aprenderán doctrina.” (Isaías 29:4)

Pero hay otras almas que sí tienen esperanza, aquellos que están equivocados y que, por nuestras palabras y testimonios, se volverán de su confusión y descubrirán la Verdad. Aún aquellos que están mal acostumbrados al chisme, al pelambre, a la murmuración, podrán ser advertidos y alcanzados por la Palabra de Dios, aprender y cambiar. Una cosa es aprender inteligencia y otra aprender doctrina. La primera es adquirir una capacidad para ver la realidad espiritual, el don de inteligencia (Isaías 11:2); la segunda es comprender una enseñanza y a la luz de ella, arrepentirme, cambiar de actitud. 

7) En la eternidad seguiremos aprendiendo
“Y cantaban como un cántico nuevo delante del trono, y delante de los cuatro animales, y de los ancianos: y ninguno podía aprender el cántico sino aquellos ciento cuarenta y cuatro mil, los cuales fueron comprados de entre los de la tierra.” (Apocalipsis 14:3)

Habrá un cántico de adoración en los cielos que sólo podrán aprender los que se encuentren entre los escogidos por Dios. El número señalado es un múltiplo de doce. Este representa a los Doce apóstoles, progenitores espirituales de las doce tribus de la Iglesia, los cuales se han multiplicado en miles y miles de vidas renovadas por Cristo. Sólo los que le hemos reconocido podemos entonar el cántico nuevo de adoración al Señor, porque tenemos Su Espíritu Santo. Hay un aprendizaje que no depende de nuestra capacidad sino de Dios. Cuando estemos en la presencia de Dios, seguiremos siendo enseñados por Él, aprenderemos la mejor y suprema adoración. 

MI TESTIMONIO DE APRENDIZAJE
Finalmente, deseo compartir con ustedes, queridos discípulos, el testimonio de mis aprendizajes. En estos 53 años de vida no han sido pocas las enseñanzas del Señor. He aprendido en estos años de vida, a lo menos siete cosas muy importantes: 

1)      Que existe Dios y que Él gobierna todas las cosas.

2)      Que no hay que resistirlo sino someterse a Él.

3)      Que la sujeción a los tutores y pastores trae bendición.

4)      Que todos los dolores son permitidos por Dios para nuestro crecimiento espiritual, es decir para crecer en fe, en paz, en amor y en esperanza.

5)      Que nuestra vida es débil, como un soplo, que nada es seguro en este mundo, fuera de Dios.

6)      Que el Discipulado es el método dejado por Jesucristo para el desarrollo de vidas cristianas íntegras y profundas.

7)      Que siempre habrá algo más que aprender 

En el aspecto doctrinal también el Señor ha ido dejando durante estos años algunas enseñanzas que a muchos nos parecen importantes. Obviamente, como en todos los asuntos reflexivos y teológicos, habrá quienes piensen diferente y eso es lícito, pero a nosotros nos parece de suma gravedad para la Iglesia que todos los cristianos aprendamos lo siguiente: 

1)      Que la Iglesia es una sola.

2)      A ser tolerantes con otras formas de pensamiento cristiano.

3)      Que el Discipulado es el método dejado por Jesús para el crecimiento de Su Iglesia.

4)      Que el Evangelio de Jesús es el Evangelio del Reino. 

CONCLUSIÓN
El aprendizaje es inherente a la vida, es una capacidad que posee todo ser vivo y está más desarrollado en los humanos. Nos permite adaptarnos al entorno, ser más felices y conocer a Dios. Hay un aprendizaje espiritual, del cual Jesús es Maestro. Este aprendizaje espiritual tiene como finalidad la salvación y perfeccionamiento del alma. La Biblia está sembrada de enseñanzas sobre qué, cómo, dónde y cuándo aprender; sólo requiere de nuestra motivación para encontrar esos textos y ponerlos en práctica. Aprendamos a vivir a Jesús. 
 
 

PARA REFLEXIONAR

1)      Revise los siguientes textos y coméntelos con su tutor, desde el punto de vista del aprendizaje que proponen: Deuteronomio 31:13; 1 Timoteo 1:20; 1 Timoteo 5:4; Tito 3:14.

2)      Lea y analice Isaías 1:16-17. Descubra las siete acciones que el Señor pide del discípulo.

3)      ¿Qué aprendizaje encarga Jesús a los fariseos? Lea San Mateo 9:13.

4)      La naturaleza puede ser una parábola de enseñanzas para el discípulo ¿Qué dice el Maestro que podemos aprender de la higuera en San Mateo 24:32? Descubra otras parábolas en la creación.

5)      ¿Cuáles han sido sus principales aprendizajes a lo largo de su vida?

 

BIBLIOGRAFÍA.
1) http://www.sanpaolo.org/studi/maestro/spagnolo/ravasi/sparav02.htm

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