SANIDAD
INTERIOR
II PARTE
Pastor Iván Tapia
Lectura Bíblica: San Lucas 5:27-32
Propósitos de la Charla: a) Identificar a Jesucristo como nuestro
Sanador a nivel espiritual, psicológico y corporal; b) Reconocer que
necesitamos sanar del alma; c) Aceptar el desierto que nos ha correspondido
vivir; d) Identificar las enfermedades de nuestra alma; e) Desarrollar una actitud positiva y bíblica frente
a las dificultades de la vida; f) Aprender a sanar de toda amargura con el
método de Dios; g) Desarrollar la disciplina necesaria para prevenir y superar
la amargura; h) Poner atención a Dios y guardar Sus mandamientos y estatutos;
i) Relacionarnos con Dios como nuestro Sanador; j) Aprender a prevenir
enfermedades del cuerpo, la mente y el espíritu.
s claro que
Jesucristo no sólo es nuestro Salvador y Señor, sino también nuestro Sanador.
Vamos a analizar en esta lección un interesante pasaje del Antiguo Testamento
en que Dios se presenta a Moisés y su pueblo como el Sanador. Tanto en el
Antiguo como en el Nuevo Pacto, Dios es el que trae sanidad al ser humano.
En casa de
Leví, el apóstol y evangelista San Mateo, nuestro Señor expresó que la sanación era la naturaleza de su misión
en la tierra.
Cuenta el Evangelio que escribas y fariseos murmuraban contra los discípulos
diciendo ¿Por qué coméis y bebéis con publicanos y pecadores? Jesús respondió
por ellos: "Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los
enfermos./ No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al
arrepentimiento." Con estas palabras nos enseña que el pecado es la peor y
más arraigada enfermedad en el hombre. La rebelión contra el Todopoderoso ha
tomado posición y posesión del espíritu de la persona, enfermando también su
alma y su cuerpo. La única forma de ser sanados es dejándonos atender por el
Médico Celestial.
Leamos la
narración de Éxodo y analicemos luego: "E hizo Moisés que partiese Israel
del Mar Rojo, y salieron al desierto de Shur; y anduvieron tres días por el
desierto sin hallar agua. / Y llegaron a Mara, y no pudieron beber las aguas de
Mara, porque eran amargas; por eso le pusieron el nombre de Mara./ Entonces el
pueblo murmuró contra Moisés, y dijo: ¿qué hemos de beber?/ Y Moisés clamó a
Jehová, y Jehová le mostró un árbol; y lo echó en las aguas, y las aguas se
endulzaron. Allí les dio estatutos y ordenanzas, y allí los probó; / y dijo: Si
oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, e hicieres lo recto delante de sus
ojos, y dieres oído a sus mandamientos, y guardares todos sus estatutos,
ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti; porque yo
soy Jehová tu sanador./ Y llegaron a Elim, donde había doce fuentes de aguas, y
setenta palmeras; y acamparon allí junto a las aguas." (Éxodo 15:22-27)
EL DESIERTO
"E hizo Moisés que partiese Israel del Mar Rojo,
y salieron al desierto de Shur; y anduvieron tres días por el desierto sin
hallar agua." (Éxodo 15:22)
Moisés, el
líder, conduce a su pueblo hacia la Tierra Prometida.
¿Acaso no nos conduce Jesucristo también hacia una Canaán, pero celestial? En
verdad, cuando la
Sagrada Escritura nos habla de este viaje por el desierto,
del pueblo tras su jefe y libertador; debemos entenderlo espiritualmente, la Biblia nos está hablando de
nuestro propio viaje a través del desierto.
El desierto es
un lugar difícil, árido, sin muchos alimentos, caluroso en el día y muy frío en
la noche; es también un espacio inmenso y desconocido, lleno de peligros, tales
como bandoleros, animales e insectos peligrosos como las serpientes y los
alacranes; con tormentas de arena, tierras movedizas y otras asechanzas. Cada
cierto distancia se puede encontrar un oasis donde descansar, calmar la sed,
encontrar sombra y abrigo; o puede salir al paso una roca, un cerro o una
cadena montañosa. Todo ello retrata los innumerables peligros y las difíciles
circunstancias que encontramos a lo largo de nuestra vida de servicio
cristiano.
¡Cuántos
enemigos, burladores, tentadores, falsos hermanos y asesinos de la fe tendremos
que enfrentar! Habrá enemigos exteriores, mas también los habrá interiores,
tales como la hipocresía, el miedo a la muerte, la vergüenza de Cristo y la fe,
la avaricia, la falta de fe, el sueño espiritual, la desobediencia, el
desacuerdo y la división, la ceguera espiritual y la culpabilidad (San Lucas 12)
¿Por qué Dios
nos conduce por un desierto para llegar a la Tierra de Promisión? ¿Es necesario que suframos
tanto si ya Jesucristo nos dio la salvación? ¿Para qué Cristo, nuestro Moisés,
nos lleva por tan árido y desagradable desierto? Hay un par de razones
importantes por las cuales nuestro Dios nos hace pasar esta disciplina. No es
para castigarnos, no es para vengarse, no es para martirizarnos, sino que tiene
un propósito pedagógico y estratégico.
Pedagógico, pues en las
pruebas aprendemos las virtudes de Jesucristo, es decir desarrollamos Su carácter
en nosotros (Santiago 1:2-18)
Estratégico y militar,
porque por medio de estas escaramuzas somos adiestrados en la guerra contra las
tinieblas; aprendemos a ser soldados de Jesucristo, a vestirnos con la armadura
de Dios y a utilizar las armas de defensa y ataque que la Sagrada Escritura
nos enseña (Efesios 6:10-20).
Tres cosas le
interesan al Señor obtener a través de este caminar nuestro por el desierto: 1)
que podamos desarrollar una nueva personalidad, propia de Cristo, porque somos
Su Cuerpo; 2) que obremos como Jesús haciendo todo tipo de bien en este valle
de lágrimas; y 3) que podamos rescatar de las tinieblas a muchos que
encontraremos en el camino. Si Él nos sacara de esta tierra inmediatamente
después de salvarnos, no podría alcanzar estos propósitos.
Tres días
anduvieron, dice la
Palabra. El número tres expresa lo Divino. Es la voluntad de
Dios que caminemos por esta tierra de maldad un determinado número de años.
Nadie desespere ni apure la llegada de su muerte. Debemos cuidar la salud de
nuestro cuerpo por medio de una alimentación adecuada, ejercicio y buen aire.
Jamás pensar en el suicidio, ni desear la muerte dejándonos embargar por la
depresión. No permitamos que entre la amargura en el alma. Son apenas tres
días, nada comparado con la eternidad que estaremos con el Señor en la gloria.
Podemos desear cosas buenas para nosotros, disfrutes, comidas, bebidas, viajes,
el afecto de hombres y mujeres, la alegría y la fiesta, pero no nos engañemos,
siempre habrá alguna pena, algún sufrimiento, pues este no es el cielo. Tampoco
es el infierno, es la vida, el desierto que debemos recorrer, antes de llegar a
Canaán.
Caminó el
pueblo sin encontrar agua, ese elemento imprescindible para la vida. ¿Qué
buscamos en este desierto y jamás lo encontramos en él? Se puede vagar días y
semanas por la aridez y no encontrar aquello que nos da la vida. Lo más escaso
en el desierto es el agua. Si hubiese agua en abundancia ya no sería desierto
sino un vergel. Por eso el Señor ha puesto el desierto como metáfora de nuestro
peregrinar en esta tierra, como símbolo de la vida humana. Nada más difícil que
encontrar el agua, y por tanto la vida en esta tierra. Me refiero a la vida de
Dios, la vida sobrenatural y abundante, la vida de fe. En el pozo de Jacob, el
Maestro Jesús tuvo una interesantísima y profunda conversación con una mujer de
Samaria. Le dijo: "el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed
jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte
para vida eterna" (San Juan 4:14) El agua que el pueblo de
Israel buscaba era aquella que podía calmar su sed física; el agua que nosotros
buscamos, como pueblo del Nuevo Pacto, es aquella que Cristo nos ofrece: Su
Vida y Su Palabra.
EL AGUA AMARGA
"Y llegaron a Mara, y no pudieron beber las aguas
de Mara, porque eran amargas; por eso le pusieron el nombre de Mara." (Éxodo 15:23)
A) El pueblo de
Dios ha peregrinado tres días por el desierto, al mando de su Líder, sin beber
una gota de agua. Cuando la encuentran, resulta ser ésta muy amarga. ¡Cuántas
veces es la Palabra
de Dios amarga para nosotros! Es amarga porque nos enfrenta con la realidad,
con nuestros propios pecados y debilidades, con la cruda verdad de la vida. El
Espíritu Santo muchas veces nos habla en forma directa, sin ambages, y esto nos
ofende porque hiere el amor propio, el orgullo. Mara significa
"amargura". Cuando los israelitas llegaron a Mara, estaban sedientos,
mas el agua que allí encontraron era amarga, entonces murmuraron contra Dios.
Una Palabra que nos habla del pecado, o de la muerte, o de la necesidad de
cambiar, de dejar ciertos hábitos, en fin una Palabra que nos enrostra nuestra
condición espiritual o moral, ciertamente no es de mucho agrado, es algo
amarga. Preferiríamos la dulzura del Cantar de los Cantares o de la mayoría de
los Salmos. Toda la Palabra
de Dios es útil y necesaria para el crecimiento del discípulo.
B) El agua
amarga también puede significar un agua imbebible porque está contaminada.
Indudablemente la Palabra
de Dios sólo se contamina cuando se mezcla con palabras y pensamientos
netamente humanos. Debemos tener mucho cuidado de la doctrina con que nos
alimentamos. El Espíritu Santo, entre otras cosas, tiene la misión de
conducirnos hacia toda Verdad y justicia, dándonos la inteligencia para
discernir cuando estamos frente a un error y cuando escuchamos o leemos sana
doctrina. Un agua amarga puede ser una enseñanza falsa o contaminada de error.
El diablo se viste de muchas formas para engañarnos; una falsa doctrina es como
la ramera que engaña con su astucia y zalamería al joven ingenuo (Proverbios 7)
Si bebemos de
falsas doctrinas corremos el riesgo de contaminarnos con enseñanzas que no son
verdaderas y que nos pueden conducir a muchos errores y frustraciones. Si somos
lo suficientemente sabios y maduros, tal vez podamos separar lo falso de lo
verdadero, y así quedándonos con lo bueno y desechando lo malo, sacar algún
provecho espiritual. Pero para eso se requiere madurez. Es como colar el agua
de un estanque cubierto de lamas. Si tengo un buen colador o filtro podré beber
el agua limpia, de lo contrario me contaminaré.
Como el agua de
ese lugar estaba amarga, los israelitas le pusieron por nombre Mara, que
significa "amargura". Quizás el agua estaba amarga para ellos porque
en sus corazones había amargura. ¡Cuántas veces la Palabra de Dios nos parece
amarga porque nos refleja la amargura que llevamos en el corazón! En realidad
el pueblo de Dios estaba amargado porque no encontraban los bienes materiales y
la tranquilidad que su carnalidad esperaba. No amaban lo suficiente al Señor ni
buscaban una tierra de promisión espiritual sino sólo satisfacción a las
demandas de su carne. Nuestra amargura se basa casi siempre en deseos no
cumplidos, decepciones, ambiciones insatisfechas, envidias, falta de gratitud
para con la vida y Dios, insatisfacción con el trabajo, la familia, el
matrimonio, los amigos, la iglesia, etc. No hay contentamiento en el corazón
sino una profunda raíz de amargura (Hebreos
12:12-15) Amargura es depresión, pena, dolor intenso en el plano emocional,
vacío del alma; la amargura es pecado y se llama "acedía"; es la
pereza espiritual.
Caemos en
amargura porque no oramos, no le entregamos nuestras preocupaciones,
ambiciones, deseos, frustraciones, fracasos, pérdidas, soledades, etc. al
Señor. Él es el Fuerte que puede darnos la fortaleza y confianza para superar
todas estas tribulaciones del alma. Remedio para la amargura es la oración
profunda, la alabanza y adoración al Dios Todopoderoso, la lectura y reflexión
de Su palabra guiados por el Espíritu Santo. He aquí dos consejos apostólicos
para evitar la depresión: "No se aflijan por nada, sino
preséntenselo todo a Dios en oración; pídanle, y denle gracias también. / Así
Dios les dará su paz, que es más grande de lo que el hombre puede entender; y
esta paz cuidará sus corazones y sus pensamientos, porque ustedes están unidos
a Cristo Jesús." (Filipenses
4:6,7; DHH) "Dejen todas sus
preocupaciones a Dios, porque Él se interesa por ustedes" (1 Pedro 5:7; DHH)
El agua amarga es
nuestra propia amargura reflejada por el Señor en la Su Palabra.
Necesitamos dejar ese mal hábito de la pereza espiritual para superar la
depresión y sacar de raíz la amargura de nuestras vidas. ¡Qué el Señor nos
ayude!
EL LÍDER
"Entonces el pueblo murmuró contra Moisés, y
dijo: ¿qué hemos de beber?" (Éxodo
15:24)
Moisés fue
llamado y enviado por Jehová a una misión con Su pueblo. Como líder no fue
levantado por el pueblo sino por Dios. No fue un dirigente elegido por votación
democrática, como lo hacemos hoy con nuestros gobernantes. Pero sí el pueblo
escogió creerle y seguirlo. Dios puede asignar a alguien para una misión o
encargo, pero Él no obliga a nadie. Sin embargo ese pueblo que voluntariamente
había ido tras Moisés, porque estaba cansado de la tiranía y explotación del
Faraón egipcio, ahora, cuando las cosas no iban aparentemente bien para ellos,
murmuraban, reclamaban, se quejaban contra su líder. Así de inconformistas y
desagradecidos somos los seres humanos; cuando todo va bien y obtenemos satisfacción
a nuestras necesidades, estamos con los dirigentes, pero ¡ay, que las
circunstancias nos sean adversas!
Entonces los culpamos de nuestras desgracias. ¿No sucede así con los
presidentes, alcaldes y congresistas que hemos escogido? Al principio los
alabamos y apoyamos; luego de un tiempo les criticamos y ya no son de nuestro
agrado, porque no obtenemos lo que buscamos: trabajo, beneficios, servicios,
etc. Es que son sólo hombres, decimos los cristianos; ¡pero si votamos por
humanos, no por dioses! No podemos esperar otra cosa. Ellos hacen lo que
humanamente, con sus limitaciones y pecados, pueden hacer.
El pueblo tenía
una queja contra Moisés "¿qué hemos de beber?" Esa era su única
preocupación. Habían viajado tres días por
el desierto, habían llegado a Mara y el agua que allí había era amarga.
¡Esta si que era amargura grande! Moisés era el culpable de todo. Él debía
resolver este grave problema. El agua, decíamos, estaba reflejando su propia
amargura y ahora, con su reacción, aumentaba la amargura. ¿No nos sucede igual
en estos días? Buscamos satisfacción a demandas lícitas: trabajo, salud,
educación, matrimonio, una familia, etc. todo lo que para nosotros constituye
"la felicidad" Son justas demandas a la vida, y por ende a Dios. Sin
embargo, en vez de ello, hallamos problemas, dificultades: peligra el trabajo,
no encontramos el trabajo que nos agradaría tener, falla la salud, enfermamos,
la educación no se da como pensamos, no encontramos comprensión ni satisfacción
en el cónyuge, la familia está desunida y no funciona como esperamos, estamos
frustrados e insatisfechos, amargados, ¡todo es una amargura! Y ahora Dios, que
nada hace por resolver mi problema, todo lo contrario me da más problemas. Él
es el culpable porque yo no escogí venir a esta vida -decimos- ni nada de lo
que me pasa puedo manejarlo yo sino que es resorte de Él. Ahora que hasta la Palabra de Dios es amarga,
dolorosa, seca, legalista... ¿qué hemos de beber?
No es correcto
quejarse contra Dios ni contra los ministros de Dios, acerca de la vida que nos
toca experimentar. No es bueno para nuestra alma alimentar pensamientos amargos
contra Dios y la vida. Necesitamos comprender que esta vida, con sus
experiencias difíciles, con su desierto, tiene un gran e importante propósito:
hacernos mejores y dejar una huella en esta tierra. La actitud correcta es
aceptar los dolores y dar gracias porque por ellos el Señor nos está tratando y
perfeccionando, porque por ellos está construyendo y extendiendo Su Reino.
EL ÁRBOL QUE
ENDULZA
"Y Moisés clamó a Jehová, y Jehová le mostró un
árbol; y lo echó en las aguas, y las aguas se endulzaron. Allí les dio
estatutos y ordenanzas, y allí los probó; "(Éxodo 15:25)
El pueblo de
Dios reclama como un bebé hambriento; entonces el líder con corazón de padre,
clama al Padre por ayuda. Es la actitud que tiene todo pastor de almas, atender
a las necesidades de sus ovejas. En este asistir debemos ser cuidadosos de no
caer en el "paternalismo". Lo que hizo Moisés fue lo correcto, acudió
a Jehová para resolver este problema. Y Jehová le respondió mostrándole un
árbol que solucionaría su dificultad. El Señor siempre escucha a sus hijos y
está atento a las necesidades de su pueblo. Con mayor razón escucha a aquellos
que viven en Su Presencia y que Él tiene como pastores de Su grey, mayordomos
de Su Reino. Todo el problema de ellos era el amargor de esas aguas que las
hacían imbebibles. Dios le mostró a Moisés la solución y éstas se tornaron
dulces. Sólo el Señor puede dulcificar nuestras amarguras; sólo el Señor puede
hacer dulce esa Palabra fuerte. Lo interesante es el método que utiliza nuestro
Dios para endulzar experiencias y Palabras: nos muestra un árbol. La Escritura dice "y
Jehová le mostró un árbol". No dice qué árbol, mas podemos interpretar,
desde la óptica del Nuevo Testamento, que para nosotros ese árbol es el árbol
de la cruz (Hechos 5:30; Gálatas 3:13)
No es el árbol del conocimiento del bien y del mal, del cual, por comer Adán y
Eva su fruto, nos vino todo tipo de amargura. Tampoco es el árbol de la vida,
el cual será de sanidad y vida eterna, puesto que ese árbol está en el Paraíso
y comeremos de él en la eternidad. Sólo el árbol o madero de la cruz puede
llevar todas nuestras amarguras, incluido el pecado y lavar nuestros pecados.
En ese árbol fue crucificado el Hijo del Hombre, en ese árbol murió por
nosotros Jesucristo, en ese árbol fue clavada y anulada "el acta de los
decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en
medio" (Colosenses 2:14) El
único árbol que hoy puede quitar nuestra amargura es la cruz de Jesucristo.
En concreto
esto significa que cuando nos encontramos frente a pecados nuestros o ajenos,
amarguras del alma (insatisfacciones, culpas, complejos, etc.), enfermedades y
todo tipo de males; necesitamos proceder de la siguiente forma:
a)
entrar en nuestra intimidad
y clamar a Jehová
b)
recordar a Cristo
crucificado, dando gracias a Dios por el regalo de la salvación y la sanación
en la cruz
c)
cubrir con la sangre de
Jesús la situación que nos aflige
d)
confiar que la sombra de la
cruz dará cobijo a nuestra alma para siempre y sentirnos liberados
Dice la Biblia que en Mara, en
medio del desierto, en ese lugar de amargura, el Señor "les dio estatutos
y ordenanzas, y allí los probó" Dios nos ha llamado a la vida cristiana, nos
salvó de las tinieblas y la amargura del pecado, pero para que aprendamos a
usar esta libertad que hoy tenemos, nos ha entregado estatutos y ordenanzas.
Muchos cristianos piensan que la vida en la Gracia está exenta de normas. No conciben la
felicidad humana con orden, organización, leyes a cumplir. Está equivocados en
esto; la libertad del pecado, de la carne y del diablo, pasa por el
cumplimiento de ciertos principios, como por ejemplo: a) disciplina en la vida
devocional (oración, meditación, alabanza y adoración, lectura y estudio de la Palabra de Dios, ayuno);
b) disciplina en las finanzas (diezmo, ofrenda, administración del dinero); c)
disciplina en la vida eclesial (oración comunitaria, koinonía, rol,
discipulado); d) disciplina en la mayordomía del cuerpo (alimentación, sueño,
sexo, salud, descanso); etc.
En el
cumplimiento de esas normas de conducta básicas para vivir en el Reino de Dios,
el Señor nos prueba. De estas pruebas podremos salir aprobados o reprobados.
Cuando sucede lo segundo necesitamos volver a vivir similares experiencias.
¿Cómo saldremos
de la amargura del alma? Aferrándonos a la cruz. Hay dos formas de hacerlo: 1)
reconociendo a Jesucristo crucificado y aplicando sus conquistas de la cruz
para nosotros, la salvación y la sanidad; y 2) muriendo juntamente con Cristo,
considerando que el viejo Adán y la vieja Eva ya han sido crucificados, ahora
es Cristo quien debe vivir en nosotros. Sólo así, viviendo intensamente estas
dos realidades espirituales, superaremos la amargura y nuestra vida será
completamente endulzada con la paz, el amor, la fe y la esperanza de
Jesucristo. Amén.
UN DIOS SANADOR
"y dijo: Si oyeres atentamente la voz de Jehová
tu Dios, e hicieres lo recto delante de sus ojos, y dieres oído a sus
mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que
envié a los egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu sanador." (Éxodo 15:26)
Este verso
comienza con un si condicional. Si los cristianos hacemos todo lo que Dios
ordena, entonces Él cumplirá su parte. En cierto modo es una promesa de Jehová,
pero condicional al cumplimiento de nuestro deber para con Él. Por otro lado es
un pacto de Dios con Su pueblo, en que al discípulo le corresponde hacer algo y
al Señor otro tanto.
Jehová nos promete
-porque así debemos leer este texto, para nosotros sus hijos- que "ninguna
enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti". ¡Qué
maravillosa promesa! Ni cáncer, ni tuberculosis, ni diabetes, ni artrosis, etc.
etc., enfermedades que afectan al mundo, nos llegará a nosotros. ¿Se referirá a
estas enfermedades? Pues vemos que tales males afectan también a los
cristianos. No estamos exentos de enfermedad como la realidad nos lo muestra
diariamente. Sólo que la actitud ante la enfermedad, de parte del cristiano, es
distinta a la del no creyente. Las enfermedades dominantes en las tierras
bíblicas eran las fiebres malignas, las enfermedades cutáneas, la parálisis,
disentería y oftalmía. Cada época y lugar se caracteriza por cierto tipo de
enfermedades.
En el texto se
relaciona la conducta del hombre con la enfermedad. Nos parece lógico que
cierto tipo de alimentación influya en la adquisición de enfermedades. La
ingestión de grasas, por ejemplo, determinará problemas de colesterol que
repercutirán en el funcionamiento del sistema circulatorio, con peligro de
males cardíacos y hasta infartos cerebrales, aparte de la obesidad. Podemos
decir que el pecado de la gula condujo a esa persona a la enfermedad. A
similares conclusiones podríamos llegar con la ingesta desordenada de alcohol,
el tabaquismo, el exceso de trabajo, las preocupaciones, etc. No es raro que la Palabra de Dios haga una
relación directa entre desobediencia a Dios y enfermedad. Si el pueblo de Dios enferma, es porque está
fallando en obedecer a Dios, porque no está siguiendo Sus consejos para tener
calidad de vida.
a) Primera advertencia. Este si
condicional comienza por advertirnos "Si oyeres atentamente la voz de
Jehová tu Dios". Es probable que no estemos escuchando al Señor
atentamente. Esa es la actitud correcta: atender a cada detalle de lo que Él
nos enseña. La
Sagrada Escritura es un verdadero manual para vivir; nos
enseña como ser éticos en nuestras relaciones con la vida (personas, animales y
cosas); como ser educados en las relaciones humanas; como relacionarnos con
Dios; como vivir en forma saludable; como administrar el dinero; como
conducirnos en la familia, el trabajo y la sociedad; etc., etc. La mayoría de
los cristianos piensa que la
Biblia es sólo un libro religioso, que nos enseña acerca de
la salvación y la santidad, que sólo nos habla de Dios, y que nada tiene que
decir sobre asuntos más "mundanos" o triviales. Están equivocados,
pues la Sagrada
Escritura tiene mucho más contenido que enseñarnos. El
problema es que toda lectura del Libro la reducimos al sistema de Ley-
culpa-castigo. Pensamos que todo lo que dice es una obligación que, de no ser
obedecida, nos traerá un severo castigo. No es así. Lo que sucede es que al no
seguir Su consejo, obtenemos el resultado propio de nuestro mal proceder. No es
que Dios castigue, sino que el hombre hace lo que le perjudica. Alguien que
fuma y luego termina con un efisema pulmonar ¿podrá culpar a Dios de su
enfermedad? Otro que se casó sin la aprobación de sus padres ¿podrá culpar a sus
padres de su fracaso matrimonial? El que desoyó el consejo de su tutor ¿podrá
culpar a Dios de su amargura? El ser humano es responsable de su propia
conducta. El papel de Dios es ser Padre y Maestro: cuidarle y aconsejarlo, pero
no puede cuidarle de sí mismo pues respeta nuestro libre albedrío.
b) Segunda advertencia. Si
"hicieres lo recto delante de sus ojos". Desde niños se nos ha dicho
que Dios está en todo lugar y no ve, aún en lo oculto y oscuro de los rincones
de nuestra casa. Él ve su actuar, sabe lo que usted piensa y lo que siente su
corazón. Nada está oculto para Dios. Por tanto debemos hacer lo recto, lo
correcto, lo que éticamente es agradable a Él. Pero hacer lo recto también se
refiere a lo conveniente para el cuerpo, para la mente, para la familia, la
sociedad, el bolsillo, etc. Nuestro deber como mayordomos es cuidar el templo
(cuerpo), el o los talentos (dones dados por Dios), el tesoro (dinero y bienes
materiales) y el tiempo. Hacer lo recto es ser buenos mayordomos del yo, del
matrimonio, la familia, el trabajo, la sociedad y la Iglesia. Estos seis
aspectos engloban las esferas que tocan nuestro ser hombre. En cada uno de
ellos es preciso que actuemos con rectitud. En cuanto al yo somos tripartitos:
cuerpo, mente y espíritu. El alma encierra: conciencia (juicio), mente
(conocimiento), voluntad (determinación), corazón (motivaciones) y emoción
(sentimientos). Cada aspecto habrá de ser educado y formado para actuar
rectamente. No es menor la responsabilidad de cada cristiano consigo mismo.
c) Tercera advertencia. Si
"dieres oído a sus mandamientos" se refiere a escuchar verdaderamente
a Dios, no hacerse el sordo, el que no sabe o no entiende lo que el Kirios pide
de sus siervos. El Señor pide obediencia a sus mandamientos, los cuales no son
sugerencias o favores para Él, sino órdenes. La pureza, la castidad de la
soltería, la fidelidad matrimonial, no son una opción sino un mandamiento. La
heterosexualidad o la homosexualidad no son una opción, como hoy se estila y
defiende; la Biblia
es clara "varón y hembra los creó" (Génesis 1:27b) "no te echarás con varón" (Levítico 18:22; 20:13). Hoy día el
diablo ha levantado la acusación de "homofobia" a quienes no estamos
de acuerdo con la homosexualidad; pero nadie habla de la
"heterofobia", los que desprecian la normalidad, que es la
heterosexualidad. Debemos prestar oído a Sus mandamientos.
d) Cuarta advertencia. Si
"guardares todos sus estatutos". La cuarta advertencia que sostiene
este texto nos conduce a la acción: guardar, poner por obra. "Si guardáis mis
mandamientos" (San Juan 15:10)
Jesucristo cumplió todo mandamiento de Su Padre ¿por qué nosotros no habríamos
de hacerlo? En esto imitemos también al Maestro y guardemos todos los estatutos
de Dios. ¿Qué diferencia hay entre estatuto y mandamiento? El mandamiento está
contenido en el Decálogo, el estatuto es todo lo que Dios ha ordenado y no está
explicitado en los 10 mandamientos, aunque se desprende de él. Por ejemplo el
estatuto de no echarse con animales se desprende del mandamiento "No cometerás
adulterio" (Exodo 20:14) De
este mandamiento se desprende todo acto sexual impuro hecho fuera del
matrimonio. Tras este mandamiento está el principio divino de pureza. Esta
advertencia nos invita a examinar y considerar cada estatuto de Dios.
Finaliza el versículo
con la solemne declaración "Yo Soy Jehová tu Sanador" En el texto
original dice Jehová Rafa, que significa "Yo Soy tu Sanador". Jehová
Rafa es uno de los nombres con que se designa a Dios en el Antiguo Testamento.
Entre todas las características de Dios para nosotros es que Él es quien nos
sana. El hecho que hable de "sanar" implica que su pueblo puede
enfermarse y se enferma. Aún cuando nos promete que ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti,
como igualmente somos pecadores, enfermaremos y Él será nuestro Sanador.
Hay
enfermedades del espíritu, del alma y del cuerpo.
a) La principal
enfermedad del espíritu es la rebelión contra Dios o pecado. Esta enfermedad la
sana sólo Jesucristo con Su sacrificio expiatorio en la cruz; sólo la
conversión y regeneración pueden sanar el espíritu. Un caso extremo de
enfermedad espiritual es la posesión demoníaca.
b) Enfermedades
del alma son las heridas, los traumas, los complejos, los prejuicios, etc., las
cuales generan culpas por el pecado de otros, emociones encontradas,
pensamientos negativos acerca de si mismos. Estas son la amargura en el
desierto, amargura que el Sanador quiere quitar de nuestra vida; los nudos que
nos atan y que pueden ser desatados por Su Iglesia. La llaga de Jesús quita
toda enfermedad (Isaías 53:5). La Iglesia tiene el poder
para desatar esos nudos Por medio de la
confesión (abrir nuestro corazón al tutor, como al Señor) y el perdón o
absolución, cubriendo con la sangre de Jesús todo el mal que nos aqueja, somos
desatados y liberados de esas culpas y pensamientos y emociones negativas (San Mateo 16:19)
c) Casi todas
las enfermedades corporales tienen analogía con las del alma. Muchas
enfermedades del cuerpo son de origen psíquico, otras por un inadecuado estilo
de vida, otras se traen al nacer o como condición hereditaria o genética.
Podemos asegurar que el Gran Médico de las almas ha demostrado su perfecta
habilidad para curarlas todas. Como hijos de Dios debemos confiar en que Él es
Jehová Rafa que sana toda enfermedad (Santiago
5:14,15)
FUENTES Y
PALMERAS
"Y llegaron a Elim, donde había doce fuentes de
aguas, y setenta palmeras; y acamparon allí junto a las aguas." (Éxodo 15:27)
Elim significa árboles. Es una estación de los
israelitas en su camino de Egipto al
Monte Sinaí, llamado ahora hondonada Ghurundel, que es un ancho valle, el
primero de cuatro que siguiendo al sudoeste corren al mar, como a 40 millas del sudeste de
Suez. Allí hay varias fuentes y un arroyo, muchos matorrales y arbustos, y
algunos tamarindos y palmeros.
El pueblo de
Dios salió de Egipto a través del Mar Rojo, atravesó el desierto de Shur;
anduvo tres días sin hallar agua. Luego llegó a Mara, que significa amargura, y
no pudo beber de sus aguas pues estaban amargas. Por tal razón el pueblo
murmuró contra Moisés. Este clamó a Jehová, y Dios le mostró un árbol que
endulzó las aguas. El Señor, que les había dado estatutos y ordenanzas, allí
los probó y les dio una promesa: no enviarles enfermedad si ellos obedecían,
porque, aseguró "Yo soy Jehová tu Sanador."
Finalmente
llegaron a Elim, un fértil valle donde fluían doce fuentes de aguas y setenta
palmeras. Siempre, luego de la prueba, vendrá el descanso y el premio. ¡Qué
mejor refuerzo a su perseverancia este magnífico lugar, un verdadero paraíso!
El número 12 en Numerología Bíblica es un número simbólico. Se dice que es un número perfecto,
significando perfección de gobierno o perfección gubernamental. Se encuentra
como múltiplo en todo lo que tiene que ver con gobierno. El sol que «señorea»
el día, y la luna y las estrellas que «señorean» la noche lo hacen por su paso
a través de los doce signos del Zodíaco que cierran el gran círculo del cielo
compuesto de 360 (12 x 30) grados o divisiones, señoreando así el día. Doce es
el producto de 3 (el número perfectamente divino y celestial) y 4 (el terrenal,
el número de lo que es material y orgánico). En el caso de Elim, las doce
fuentes de agua están indicando que es el lugar perfecto para vivir, de cuyos
manantiales fluye la vida de Dios, representada por el agua. El agua es símbolo
de la Palabra
de Dios, es el principio de regeneración encerrado en el Bautismo (somos
sumergidos, sepultados y nacidos de las aguas), el agua limpia como la Palabra de Dios nos
limpia. La Biblia
describe como en la eternidad disfrutaremos de esa vivificación constante, cosa
que se recalca con numerosas alusiones al número 12: doce apóstoles, doce
ángeles, doce puertas, doce perlas, doce basamentos, doce columnas, doce
frutos, doce meses, etc. (Apocalipsis
22:2)
En ese lugar privilegiado habrá para
nosotros 12 fuentes de agua viva y 7 palmeras. Acudamos otra vez a nuestro
estudio de los números y símbolos. El número 6 es dedicado a todo lo que es
humano, el 7 pertenece a la esfera divina; el 6 es número de hombre y el 7 es
número de Dios. El número siete domina toda la Escritura porque habla
de la perfección divina y del orden perfecto de Dios. Que hubiese en Elim 7
palmeras, árbol que ofrecía sombra y frutos dulces como alimento a los
peregrinos, implicaba que ese lugar era perfecto para el pueblo de Dios.
En la visión
de la eternidad se nos muestra siete elementos en íntima y profunda relación:
1) un río limpio de agua de vida; 2) el trono de Dios y del Cordero; 3) la
calle de la ciudad celestial; 4) el árbol de la vida; 5) doce frutos, uno cada
mes del año; 6) hojas del árbol que dan sanidad; 7) las naciones que reciben la
sanidad (Apocalipsis 22:1,2) Si
considero ambos versículos por separado, obtengo 2 elementos en primer verso
que describen a Dios Trino: el Espíritu Santo como río limpio de agua viva y
resplandeciente, el Padre y Jesucristo, sentados en Su trono de completa
autoridad. Hemos visto que Dios es Uno solo. Siempre que aparece el número uno
en la Biblia
se excluye toda diferencia. El uno denota aquello que es soberano. Pero dos
afirma que hay una diferencia, como varón y hembra, día y noche, bueno o malo.
Significa que hay otro; mientras que uno afirma que no hay otro. Aquí el
Espíritu Santo quiere revelarnos que Dios, siendo Uno sólo, es también Tres
distintos.
En el segundo verso están los cinco
elementos restantes de nuestra vida edénica y eternal: 1) la calle de la Nueva Jerusalén;
2) el árbol de la vida; 3) los frutos de ese árbol; 4) sus hojas para sanidad;
y 5) las naciones salvas. Sabido es que el 5 representa a la Gracia, es el número de la Gracia. De estudios de
las dimensiones del Tabernáculo y el Templo, en el Antiguo Testamento, se
desprenden estas conclusiones. En nuestro versículo hay 5 elementos animados
por acción de la Trinidad,
actuantes en la Iglesia
o Esposa del Cordero: la calle por donde transita la vida en gracia; el árbol
cuyo fruto nos hace eternos en la gracia; los frutos permanentes de la gracia
de Dios; la sanidad que experimentaremos en la eternidad de Su gracia; los
cristianos de las distintas naciones que vivirán en esa gracia para
siempre.
Definitivamente acampar allí junto a
esas aguas, será lo más deleitoso. Nada se puede comparar a esa sensación de
plenitud, libertad, amor y eternidad. Es maravilloso el llamado que hoy nos
hace Jehová Rafa, nuestro Sanador, a vivir en obediencia a Él, para conquistar
la salud sempiterna de nuestro espíritu, alma y cuerpo. No podemos
desaprovechar esta incomparable oportunidad.
PARA REFLEXIONAR:
1) ¿Cree usted
que Dios puede sanar hoy de enfermedad, si a Él se pide?
2) Estudie,
reflexione y discuta en su cenáculo los siguientes textos: Deuteronomio 7:15 y
Deuteronomio 28:58-61
3) ¿Qué experiencias han sido para usted su desierto
personal?
4) ¿Qué enfermedades puedo identificar ahora en mi alma
y de las cuáles quisiera sanar?
5) Haga una lista de sus preocupaciones, ambiciones,
deseos, frustraciones, fracasos, pérdidas y soledades, y compártalas con su
tutor.
6) Examine si hay en usted: soberbia, envidia, avaricia,
lujuria, gula, pereza.
7) ¿Cuál es su actitud ante las dificultades de la
vida: reclama contra otros, se molesta con Dios, se amarga, tiene un modo
especial de aceptarlas?
8) Haga una oración
de sanación por usted, visualizando sus amarguras y aplicando el sacrificio
expiatorio de Jesucristo en la cruz.
9) Revise su
disciplina en las áreas básicas de: vida devocional, finanzas, vida eclesial y
mayordomía del cuerpo.
10) ¿De qué modo estoy poniendo atención a Dios?
11) ¿Me relaciono con Dios como mi Sanador o dejo mi
salud sólo en manos de los médicos?
12) ¿En qué aspecto mi alma está debilitada y enferma?
PARA PRACTICAR
EN EL CENÁCULO
1) Acepte la imposición de manos de su pastor para
recibir completa sanidad en su alma.
2) Reciba el abrazo de amor de su hermano tutor, portador
del amor del Espíritu Santo.
3) Bendiga a sus hermanos, de parte del Señor,
derribando toda barrera de prejuicios, temores, rencores o cualquiera otra
falta de amor.
BIBLIOGRAFIA
1) Prof. Ramón Romero y Ramón Romero hijo; "Como entender los
números de la Biblia".
2) W.W. Rand;
"Diccionario de la
Santa Biblia"; Editorial Caribe; Miami, Florida, Estados
Unidos
3) Santa
Biblia, Casiodoro de Reina, revisión de 1960, Broadman & Holman Publishers,
USA.
4) Emiliano
Tardif & José H. Prado Flores; "Jesús Está Vivo"; Publicaciones
Kerygma; México; 1984.
El capítulo 5 de San Lucas
nos presenta a Jesucristo en su quíntuple dimensión de: Pescador de almas,
Sacerdote, Maestro de maestros, Médico y Esposo de la Iglesia.