viernes, 25 de octubre de 2019

SANIDAD INTERIOR. La obra de Cristo en el alma.




PRESENTACIÓN



¡Cuántas heridas, traumas, complejos y otras enfermedades del alma, heredamos del Reino de las Tinieblas! Dios sabía y sabe muy bien que no basta con lavar nuestros pecados con la sangre de Jesucristo para ser liberados del sufrimiento interior. Muchas veces, luego de convertirnos, continuamos arrastrando inútilmente culpas y dolores porque, si bien es cierto ya somos salvos del imperio de Satanás, aún no hemos sido sanados. Por eso el profeta asegura  "Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz sobre él; y por su llaga fuimos nosotros curados" (Isaías 53: 4-5).

Uno de los aspectos más importantes que debe abordarse en el Discipulado (entiéndase como una relación tutorial de persona a persona) es la Sanidad Interior. Si no limpiamos nuestras vidas de todo aquello que nos agobia y atormenta interiormente, no podremos edificarla sobre la Roca. La arena representa en la parábola nuestra humana condición y construir sobre ella ciertamente será una necedad. De allí la urgencia de poner en práctica todo lo que enseña este libro y derribar los impedimentos del alma, de tal modo que el Espíritu Santo tenga libre paso para operar a través nuestro.


Pastor Iván Tapia
Iglesia Cristiana Discípulos de Jesucristo


Chile, Valparaíso, julio de 2008.





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03
Herramientas del Discipulado
Pastor Iván Tapia Contardo
Julio, 2008.
“Iglesia Cristiana Discípulos de Jesucristo”
Discípulos fieles.
Contardo


DESATANDO NUDOS.


SANIDAD INTERIOR
I PARTE

Pastor Iván Tapia

Lectura Bíblica: Salmo 130:4,7,8

Propósitos de la Charla: a) Deshacer toda atadura que nos inmoviliza para amar y servir a Dios; b) Aprender a perdonar en Cristo; y c) Pedir perdón y perdonar para recibir la sanación del alma.

J
ehová es un Dios que perdona, pero no a la manera humana. Nosotros "hacemos la vista gorda", nos "hacemos los lesos"; Dios no perdona de ese modo. Él hace justicia. El pecado del ser humano merece un castigo. Por ser tan graves la calidad y cantidad de pecados, el hombre merece morir. Lo que Dios hizo fue reemplazarnos: Él se hizo humano y sufrió en su carne el castigo de nuestro pecado. Es la manera justa que tiene Dios de perdonar. Él es misericordioso pero también es justo, es legal. No sólo es gracia, también es ley. ¿Cómo concilia Dios la Ley con la Gracia? Muriendo por nosotros, redimiéndonos. Ahora iniciamos una serie de enseñanzas que nos introducen en el modo que Dios ejerce Su perdón en nuestras conciencias, específicamente aquel perdón que dice relación con nuestra emocionalidad, es decir el proceso de "sanación o sanidad interior"

DIFERENCIA ENTRE SALVACIÓN Y SANACIÓN
La salvación se relaciona con nuestra culpa ante Dios. La salvación del alma es el primer paso en nuestro desarrollo espiritual cristiano, y se obtiene por medio de la fe en Jesucristo. “Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; / y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras” (1 Corintios 15:3,4) Cristo nos salvó en la cruz; es una obra ya concluida y perfecta.

¿Para qué vino Jesucristo a la tierra? Él mismo nos responde que Su propósito al venir a nosotros es para darnos la vida "zoé" que viene de lo alto y dárnosla de un modo abundante (San Juan 10:10) La Biblia dice que Jesús vino para ser Príncipe y Salvador, para dar arrepentimiento y  el perdón de los pecados (Hechos 5:31) De modo que sólo en Cristo tenemos el perdón de pecados (Efesios 1:7; Colosenses 1:14)  Si queremos la salvación eterna de nuestra alma, para vivir junto a Dios y no recibir castigo de condenación, pues bien, necesitamos dirigirnos a Cristo, Camino, Verdad y Vida. ¿Es usted salvo?

La sanación o sanidad interior tiene relación con el estrago que han ocasionado las culpas nuestras y de otros sobre el alma. Esas culpas provocan heridas, traumas, complejos, etc. El propósito de la sanidad interior es la sanidad de las emociones y de la psiquis (Jeremías 17:14) La sanidad interior se logra por medio del amor y el perdón del Espíritu Santo. Cristo nos sanó en la cruz, pero nosotros tenemos que tomar esa sanidad y hacerla vida en nosotros. “El fue herido por nuestras rebeliones” “Por su yaga fuimos nosotros sanados” (Isaías 53:4-6)

EL PODER DE DESATAR
Cristo dio a Su Iglesia el poder de “desatar” nudos. Estamos atados, inmovilizados, no estamos libres, cosa que Él no quiere para nosotros. Jesucristo desea liberarnos del pecado y de las culpas ocasionadas por el pecado personal y ajeno (San Mateo 16:19)
Culpa es el peso desagradable en la conciencia de bien y mal.
Temor es miedo al castigo (1 Juan 4:18)
Castigo es la acción de Dios o el prójimo sobre alguien, luego de un juicio.
La culpa nos hace actuar con poca libertad, temor al castigo, temor a ser descubierto. Surge por falta de perdón.

Podemos ser “salvos”, saber que Dios nos ama y ha perdonado todos nuestros pecados, pero vivir con un continuo peso en el alma, una emocionalidad herida, porque sólo hemos hecho un acto de constricción ante Dios pero no hemos permitido que el Espíritu Santo nos sane. Si lo permitimos, hasta nuestros males físicos podrán desaparecer. Muchas de nuestras enfermedades son de origen psíquico o psicosomáticas (San Mateo 9:2,7)

Los cristianos desatamos ataduras por medio del perdón. Ya en el Antiguo Pacto se prefiguraba el sacrificio de Cristo por medio del derramamiento de la sangre de un animal puro, para perdón de pecados. Jehová enseñó a Moisés que, cuando alguna persona pecara, debería ofrecer un becerro por expiación, traerlo delante del tabernáculo y los ancianos, poniendo sus manos sobre el animal -de ese modo transferían el pecado a él- y lo degollarían para verter su sangre. El sacerdote llevaría la sangre del becerro y rociaría siete veces delante del velo que separaba del lugar santísimo, y derramaría el resto de la sangre al pie del altar del holocausto. De ese modo obtendría el perdón. Ese becerro simboliza a Jesucristo, nuestro Becerro Santo y sin mancha, que entregó Su sangre para limpiar nuestros pecados y culpas. El lugar santo es nuestra alma y el lugar santísimo nuestro espíritu, en el cual tenemos comunión completa con Él, por medio de Su Espíritu Santo que lo habita (Levítico 4:20)

La Biblia expresa que Dios envió a Su Hijo Jesucristo para dar conocimiento, salvación y perdón de pecados (San Lucas 1:77)

IMPORTANCIA DEL PERDÓN PARA LA SANIDAD INTERIOR
La falta de perdón nos tiene atados, heridos, culpables, enfermos, tristes, amargados. Si nos sanamos mediante el perdón, seremos más felices, menos desvalorizados, más sanos, comunicativos, alegres, aptos para la obra del Reino.

Debemos a Dios obediencia, cuando no lo hacemos quedamos en deuda. Entonces le pedimos a Él que nos perdone esa deuda. Por ejemplo: el engañar a nuestro cónyuge es adulterio e infidelidad. Le pedimos perdón sincero al Señor. ¿Qué hace Él? Limpia nuestros pecados con Su sangre y nos dice "vete y no peques más". Ese pecado ya ha sido expiado. Del mismo modo debemos perdonar a quien nos ofende. Por ejemplo: el engañado cónyuge se entera, lo lamenta, sufre, pero cubre con la sangre de Cristo ese pecado. No basta nuestro amor y comprensión humana, sino la sangre del Cordero (San Mateo 6:12)

Le pedimos a Dios que perdone nuestros pecados. ¿Tenemos derecho a ello? Sólo si nosotros hacemos lo mismo "porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben" ¿Cómo vamos a perdonar a los que nos deben? Con el perdón Divino, el del Señor. Es nuestro deber perdonar (San Lucas 11:4)

Las personas que no están sanas no logran evangelizar adecuadamente, no pueden discipular a otros. Previo a la acción evangelizadora y discipular está la sanidad interior. Nuestra obligación es perdonarnos unos a otros y ser benignos, así como Dios nos perdonó. El Espíritu Santo nos invita a perdonarnos unos a otros, si alguien tiene queja, a imitación de Cristo que nos perdonó (Efesios 4:32; Colosenses 3:13)
PERDONAR
Otros nos han agredido. Es imprescindible que usted pueda: a) perdonar a los que le dañaron cuando pequeño, cuando joven o adulto; b) perdonarse a sí mismo/a, aceptar sus debilidades y defectos, antes de emprender una transformación, “tenerse paciencia”; c) perdonar a la vida que le ha sido dura o difícil, no luchar contra Dios sino aceptar esta vida como le ha venido, no ser inconformista, aceptar lo que le ha tocado sufrir.

PEDIR PERDÓN
Todos tenemos motivos para pedir perdón. Como no lo hemos hecho, estamos débiles, amargados, enfermos, culpables. La conciencia nos acusa de pecado y esto nos hace muy mal al espíritu, al alma y también al cuerpo. Recuerde que el pecado mata “La paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23)

De ahí que necesitemos imperiosamente: a) pedir perdón a Dios por los muchos pecados y ofensas que le hemos hecho a Él no cumpliendo Sus mandamientos; b) pedir perdón a nuestros padres, hermanos, por los agravios contra ellos, tanto en palabras y acciones, como también por aquello que debiendo hacer no hicimos; c) pedir perdón a amigos, ex – esposos vivos o muertos, otros familiares; d) pedir perdón a los hijos.

Esta petición de perdón es a nivel espiritual, en oración, pues se trata de nuestra sanidad. Otra cosa es la sanidad de las relaciones familiares y sociales. Señor perdóname, amigo perdóname...

CONCLUSIÓN
La sanación no impide la vida eterna ni tampoco ayuda a ella. Usted puede morir enfermo, lleno de traumas, heridas, complejos, etc., e irse al cielo. Pero no puede irse al cielo si no tiene la salvación, si no ha recibido a Cristo. Claro que la sanación le hará más apto para el Reino. Un soldado de Jesucristo debe estar sano, si quiere ser instrumento para honra, un cristiano santificado, útil al Señor y dispuesto para toda buena obra (2 Timoteo 2:21)

PARA REFLEXIONAR:

1)      ¿Siento que hoy he desatado un nudo en mi vida espiritual?
2)      ¿He pedido perdón a Dios por todos mis pecados?
3)      ¿He perdonado a todos mis agresores, cubriéndolos con la sangre de Jesucristo?
4)      Haga un listado de aquellas heridas que aún tiene en su corazón y preséntelas a Dios en su oración personal durante esta semana.


BIBLIOGRAFIA
1) W.W. Rand; "Diccionario de la Santa Biblia"; Editorial Caribe; Miami, Florida, Estados Unidos
2) Santa Biblia, Casiodoro de Reina, revisión de 1960, Broadman & Holman Publishers, USA.





jueves, 24 de octubre de 2019

EL SANADOR.


SANIDAD INTERIOR
II PARTE


Pastor Iván Tapia

Lectura Bíblica: San Lucas 5:27-32

Propósitos de la Charla: a) Identificar a Jesucristo como nuestro Sanador a nivel espiritual, psicológico y corporal; b) Reconocer que necesitamos sanar del alma; c) Aceptar el desierto que nos ha correspondido vivir; d) Identificar las enfermedades de nuestra alma; e) Desarrollar una actitud positiva y bíblica frente a las dificultades de la vida; f) Aprender a sanar de toda amargura con el método de Dios; g) Desarrollar la disciplina necesaria para prevenir y superar la amargura; h) Poner atención a Dios y guardar Sus mandamientos y estatutos; i) Relacionarnos con Dios como nuestro Sanador; j) Aprender a prevenir enfermedades del cuerpo, la mente y el espíritu.

E
s claro que Jesucristo no sólo es nuestro Salvador y Señor, sino también nuestro Sanador. Vamos a analizar en esta lección un interesante pasaje del Antiguo Testamento en que Dios se presenta a Moisés y su pueblo como el Sanador. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Pacto, Dios es el que trae sanidad al ser humano.

En casa de Leví, el apóstol y evangelista San Mateo, nuestro Señor expresó que la sanación era la naturaleza de su misión en la tierra[1]. Cuenta el Evangelio que escribas y fariseos murmuraban contra los discípulos diciendo ¿Por qué coméis y bebéis con publicanos y pecadores? Jesús respondió por ellos: "Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos./ No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento." Con estas palabras nos enseña que el pecado es la peor y más arraigada enfermedad en el hombre. La rebelión contra el Todopoderoso ha tomado posición y posesión del espíritu de la persona, enfermando también su alma y su cuerpo. La única forma de ser sanados es dejándonos atender por el Médico Celestial.

Leamos la narración de Éxodo y analicemos luego: "E hizo Moisés que partiese Israel del Mar Rojo, y salieron al desierto de Shur; y anduvieron tres días por el desierto sin hallar agua. / Y llegaron a Mara, y no pudieron beber las aguas de Mara, porque eran amargas; por eso le pusieron el nombre de Mara./ Entonces el pueblo murmuró contra Moisés, y dijo: ¿qué hemos de beber?/ Y Moisés clamó a Jehová, y Jehová le mostró un árbol; y lo echó en las aguas, y las aguas se endulzaron. Allí les dio estatutos y ordenanzas, y allí los probó; / y dijo: Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, e hicieres lo recto delante de sus ojos, y dieres oído a sus mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu sanador./ Y llegaron a Elim, donde había doce fuentes de aguas, y setenta palmeras; y acamparon allí junto a las aguas." (Éxodo 15:22-27)

EL DESIERTO
"E hizo Moisés que partiese Israel del Mar Rojo, y salieron al desierto de Shur; y anduvieron tres días por el desierto sin hallar agua." (Éxodo 15:22)

Moisés, el líder, conduce a su pueblo hacia la Tierra Prometida. ¿Acaso no nos conduce Jesucristo también hacia una Canaán, pero celestial? En verdad, cuando la Sagrada Escritura nos habla de este viaje por el desierto, del pueblo tras su jefe y libertador; debemos entenderlo espiritualmente, la Biblia nos está hablando de nuestro propio viaje a través del desierto.

El desierto es un lugar difícil, árido, sin muchos alimentos, caluroso en el día y muy frío en la noche; es también un espacio inmenso y desconocido, lleno de peligros, tales como bandoleros, animales e insectos peligrosos como las serpientes y los alacranes; con tormentas de arena, tierras movedizas y otras asechanzas. Cada cierto distancia se puede encontrar un oasis donde descansar, calmar la sed, encontrar sombra y abrigo; o puede salir al paso una roca, un cerro o una cadena montañosa. Todo ello retrata los innumerables peligros y las difíciles circunstancias que encontramos a lo largo de nuestra vida de servicio cristiano.

¡Cuántos enemigos, burladores, tentadores, falsos hermanos y asesinos de la fe tendremos que enfrentar! Habrá enemigos exteriores, mas también los habrá interiores, tales como la hipocresía, el miedo a la muerte, la vergüenza de Cristo y la fe, la avaricia, la falta de fe, el sueño espiritual, la desobediencia, el desacuerdo y la división, la ceguera espiritual y la culpabilidad (San Lucas 12)

¿Por qué Dios nos conduce por un desierto para llegar a la Tierra de Promisión? ¿Es necesario que suframos tanto si ya Jesucristo nos dio la salvación? ¿Para qué Cristo, nuestro Moisés, nos lleva por tan árido y desagradable desierto? Hay un par de razones importantes por las cuales nuestro Dios nos hace pasar esta disciplina. No es para castigarnos, no es para vengarse, no es para martirizarnos, sino que tiene un propósito pedagógico y estratégico.

Pedagógico, pues en las pruebas aprendemos las virtudes de Jesucristo, es decir desarrollamos Su carácter en nosotros (Santiago 1:2-18)

Estratégico y militar, porque por medio de estas escaramuzas somos adiestrados en la guerra contra las tinieblas; aprendemos a ser soldados de Jesucristo, a vestirnos con la armadura de Dios y a utilizar las armas de defensa y ataque que la Sagrada Escritura nos enseña (Efesios 6:10-20).

Tres cosas le interesan al Señor obtener a través de este caminar nuestro por el desierto: 1) que podamos desarrollar una nueva personalidad, propia de Cristo, porque somos Su Cuerpo; 2) que obremos como Jesús haciendo todo tipo de bien en este valle de lágrimas; y 3) que podamos rescatar de las tinieblas a muchos que encontraremos en el camino. Si Él nos sacara de esta tierra inmediatamente después de salvarnos, no podría alcanzar estos propósitos.

Tres días anduvieron, dice la Palabra. El número tres expresa lo Divino. Es la voluntad de Dios que caminemos por esta tierra de maldad un determinado número de años. Nadie desespere ni apure la llegada de su muerte. Debemos cuidar la salud de nuestro cuerpo por medio de una alimentación adecuada, ejercicio y buen aire. Jamás pensar en el suicidio, ni desear la muerte dejándonos embargar por la depresión. No permitamos que entre la amargura en el alma. Son apenas tres días, nada comparado con la eternidad que estaremos con el Señor en la gloria. Podemos desear cosas buenas para nosotros, disfrutes, comidas, bebidas, viajes, el afecto de hombres y mujeres, la alegría y la fiesta, pero no nos engañemos, siempre habrá alguna pena, algún sufrimiento, pues este no es el cielo. Tampoco es el infierno, es la vida, el desierto que debemos recorrer, antes de llegar a Canaán.

Caminó el pueblo sin encontrar agua, ese elemento imprescindible para la vida. ¿Qué buscamos en este desierto y jamás lo encontramos en él? Se puede vagar días y semanas por la aridez y no encontrar aquello que nos da la vida. Lo más escaso en el desierto es el agua. Si hubiese agua en abundancia ya no sería desierto sino un vergel. Por eso el Señor ha puesto el desierto como metáfora de nuestro peregrinar en esta tierra, como símbolo de la vida humana. Nada más difícil que encontrar el agua, y por tanto la vida en esta tierra. Me refiero a la vida de Dios, la vida sobrenatural y abundante, la vida de fe. En el pozo de Jacob, el Maestro Jesús tuvo una interesantísima y profunda conversación con una mujer de Samaria. Le dijo: "el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna"  (San Juan 4:14) El agua que el pueblo de Israel buscaba era aquella que podía calmar su sed física; el agua que nosotros buscamos, como pueblo del Nuevo Pacto, es aquella que Cristo nos ofrece: Su Vida y Su Palabra.

EL AGUA AMARGA
"Y llegaron a Mara, y no pudieron beber las aguas de Mara, porque eran amargas; por eso le pusieron el nombre de Mara." (Éxodo 15:23)

A) El pueblo de Dios ha peregrinado tres días por el desierto, al mando de su Líder, sin beber una gota de agua. Cuando la encuentran, resulta ser ésta muy amarga. ¡Cuántas veces es la Palabra de Dios amarga para nosotros! Es amarga porque nos enfrenta con la realidad, con nuestros propios pecados y debilidades, con la cruda verdad de la vida. El Espíritu Santo muchas veces nos habla en forma directa, sin ambages, y esto nos ofende porque hiere el amor propio, el orgullo. Mara significa "amargura". Cuando los israelitas llegaron a Mara, estaban sedientos, mas el agua que allí encontraron era amarga, entonces murmuraron contra Dios. Una Palabra que nos habla del pecado, o de la muerte, o de la necesidad de cambiar, de dejar ciertos hábitos, en fin una Palabra que nos enrostra nuestra condición espiritual o moral, ciertamente no es de mucho agrado, es algo amarga. Preferiríamos la dulzura del Cantar de los Cantares o de la mayoría de los Salmos. Toda la Palabra de Dios es útil y necesaria para el crecimiento del discípulo.

B) El agua amarga también puede significar un agua imbebible porque está contaminada. Indudablemente la Palabra de Dios sólo se contamina cuando se mezcla con palabras y pensamientos netamente humanos. Debemos tener mucho cuidado de la doctrina con que nos alimentamos. El Espíritu Santo, entre otras cosas, tiene la misión de conducirnos hacia toda Verdad y justicia, dándonos la inteligencia para discernir cuando estamos frente a un error y cuando escuchamos o leemos sana doctrina. Un agua amarga puede ser una enseñanza falsa o contaminada de error. El diablo se viste de muchas formas para engañarnos; una falsa doctrina es como la ramera que engaña con su astucia y zalamería al joven ingenuo (Proverbios 7) 

Si bebemos de falsas doctrinas corremos el riesgo de contaminarnos con enseñanzas que no son verdaderas y que nos pueden conducir a muchos errores y frustraciones. Si somos lo suficientemente sabios y maduros, tal vez podamos separar lo falso de lo verdadero, y así quedándonos con lo bueno y desechando lo malo, sacar algún provecho espiritual. Pero para eso se requiere madurez. Es como colar el agua de un estanque cubierto de lamas. Si tengo un buen colador o filtro podré beber el agua limpia, de lo contrario me contaminaré.

Como el agua de ese lugar estaba amarga, los israelitas le pusieron por nombre Mara, que significa "amargura". Quizás el agua estaba amarga para ellos porque en sus corazones había amargura. ¡Cuántas veces la Palabra de Dios nos parece amarga porque nos refleja la amargura que llevamos en el corazón! En realidad el pueblo de Dios estaba amargado porque no encontraban los bienes materiales y la tranquilidad que su carnalidad esperaba. No amaban lo suficiente al Señor ni buscaban una tierra de promisión espiritual sino sólo satisfacción a las demandas de su carne. Nuestra amargura se basa casi siempre en deseos no cumplidos, decepciones, ambiciones insatisfechas, envidias, falta de gratitud para con la vida y Dios, insatisfacción con el trabajo, la familia, el matrimonio, los amigos, la iglesia, etc. No hay contentamiento en el corazón sino una profunda raíz de amargura (Hebreos 12:12-15) Amargura es depresión, pena, dolor intenso en el plano emocional, vacío del alma; la amargura es pecado y se llama "acedía"; es la pereza espiritual.

Caemos en amargura porque no oramos, no le entregamos nuestras preocupaciones, ambiciones, deseos, frustraciones, fracasos, pérdidas, soledades, etc. al Señor. Él es el Fuerte que puede darnos la fortaleza y confianza para superar todas estas tribulaciones del alma. Remedio para la amargura es la oración profunda, la alabanza y adoración al Dios Todopoderoso, la lectura y reflexión de Su palabra guiados por el Espíritu Santo. He aquí dos consejos apostólicos para evitar la depresión:   "No se aflijan por nada, sino preséntenselo todo a Dios en oración; pídanle, y denle gracias también. / Así Dios les dará su paz, que es más grande de lo que el hombre puede entender; y esta paz cuidará sus corazones y sus pensamientos, porque ustedes están unidos a Cristo Jesús." (Filipenses 4:6,7; DHH) "Dejen todas sus preocupaciones a Dios, porque Él se interesa por ustedes" (1 Pedro 5:7; DHH)

El agua amarga es nuestra propia amargura reflejada por el Señor en la Su Palabra. Necesitamos dejar ese mal hábito de la pereza espiritual para superar la depresión y sacar de raíz la amargura de nuestras vidas. ¡Qué el Señor nos ayude!

EL LÍDER
"Entonces el pueblo murmuró contra Moisés, y dijo: ¿qué hemos de beber?" (Éxodo 15:24)

Moisés fue llamado y enviado por Jehová a una misión con Su pueblo. Como líder no fue levantado por el pueblo sino por Dios. No fue un dirigente elegido por votación democrática, como lo hacemos hoy con nuestros gobernantes. Pero sí el pueblo escogió creerle y seguirlo. Dios puede asignar a alguien para una misión o encargo, pero Él no obliga a nadie. Sin embargo ese pueblo que voluntariamente había ido tras Moisés, porque estaba cansado de la tiranía y explotación del Faraón egipcio, ahora, cuando las cosas no iban aparentemente bien para ellos, murmuraban, reclamaban, se quejaban contra su líder. Así de inconformistas y desagradecidos somos los seres humanos; cuando todo va bien y obtenemos satisfacción a nuestras necesidades, estamos con los dirigentes, pero ¡ay, que las circunstancias nos sean adversas!  Entonces los culpamos de nuestras desgracias. ¿No sucede así con los presidentes, alcaldes y congresistas que hemos escogido? Al principio los alabamos y apoyamos; luego de un tiempo les criticamos y ya no son de nuestro agrado, porque no obtenemos lo que buscamos: trabajo, beneficios, servicios, etc. Es que son sólo hombres, decimos los cristianos; ¡pero si votamos por humanos, no por dioses! No podemos esperar otra cosa. Ellos hacen lo que humanamente, con sus limitaciones y pecados, pueden hacer.

El pueblo tenía una queja contra Moisés "¿qué hemos de beber?" Esa era su única preocupación. Habían viajado tres días por  el desierto, habían llegado a Mara y el agua que allí había era amarga. ¡Esta si que era amargura grande! Moisés era el culpable de todo. Él debía resolver este grave problema. El agua, decíamos, estaba reflejando su propia amargura y ahora, con su reacción, aumentaba la amargura. ¿No nos sucede igual en estos días? Buscamos satisfacción a demandas lícitas: trabajo, salud, educación, matrimonio, una familia, etc. todo lo que para nosotros constituye "la felicidad" Son justas demandas a la vida, y por ende a Dios. Sin embargo, en vez de ello, hallamos problemas, dificultades: peligra el trabajo, no encontramos el trabajo que nos agradaría tener, falla la salud, enfermamos, la educación no se da como pensamos, no encontramos comprensión ni satisfacción en el cónyuge, la familia está desunida y no funciona como esperamos, estamos frustrados e insatisfechos, amargados, ¡todo es una amargura! Y ahora Dios, que nada hace por resolver mi problema, todo lo contrario me da más problemas. Él es el culpable porque yo no escogí venir a esta vida -decimos- ni nada de lo que me pasa puedo manejarlo yo sino que es resorte de Él. Ahora que hasta la Palabra de Dios es amarga, dolorosa, seca, legalista... ¿qué hemos de beber?

No es correcto quejarse contra Dios ni contra los ministros de Dios, acerca de la vida que nos toca experimentar. No es bueno para nuestra alma alimentar pensamientos amargos contra Dios y la vida. Necesitamos comprender que esta vida, con sus experiencias difíciles, con su desierto, tiene un gran e importante propósito: hacernos mejores y dejar una huella en esta tierra. La actitud correcta es aceptar los dolores y dar gracias porque por ellos el Señor nos está tratando y perfeccionando, porque por ellos está construyendo y extendiendo Su Reino.

EL ÁRBOL QUE ENDULZA
"Y Moisés clamó a Jehová, y Jehová le mostró un árbol; y lo echó en las aguas, y las aguas se endulzaron. Allí les dio estatutos y ordenanzas, y allí los probó; "(Éxodo 15:25)

El pueblo de Dios reclama como un bebé hambriento; entonces el líder con corazón de padre, clama al Padre por ayuda. Es la actitud que tiene todo pastor de almas, atender a las necesidades de sus ovejas. En este asistir debemos ser cuidadosos de no caer en el "paternalismo". Lo que hizo Moisés fue lo correcto, acudió a Jehová para resolver este problema. Y Jehová le respondió mostrándole un árbol que solucionaría su dificultad. El Señor siempre escucha a sus hijos y está atento a las necesidades de su pueblo. Con mayor razón escucha a aquellos que viven en Su Presencia y que Él tiene como pastores de Su grey, mayordomos de Su Reino. Todo el problema de ellos era el amargor de esas aguas que las hacían imbebibles. Dios le mostró a Moisés la solución y éstas se tornaron dulces. Sólo el Señor puede dulcificar nuestras amarguras; sólo el Señor puede hacer dulce esa Palabra fuerte. Lo interesante es el método que utiliza nuestro Dios para endulzar experiencias y Palabras: nos muestra un árbol. La Escritura dice "y Jehová le mostró un árbol". No dice qué árbol, mas podemos interpretar, desde la óptica del Nuevo Testamento, que para nosotros ese árbol es el árbol de la cruz (Hechos 5:30; Gálatas 3:13) No es el árbol del conocimiento del bien y del mal, del cual, por comer Adán y Eva su fruto, nos vino todo tipo de amargura. Tampoco es el árbol de la vida, el cual será de sanidad y vida eterna, puesto que ese árbol está en el Paraíso y comeremos de él en la eternidad. Sólo el árbol o madero de la cruz puede llevar todas nuestras amarguras, incluido el pecado y lavar nuestros pecados. En ese árbol fue crucificado el Hijo del Hombre, en ese árbol murió por nosotros Jesucristo, en ese árbol fue clavada y anulada "el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio" (Colosenses 2:14) El único árbol que hoy puede quitar nuestra amargura es la cruz de Jesucristo.

En concreto esto significa que cuando nos encontramos frente a pecados nuestros o ajenos, amarguras del alma (insatisfacciones, culpas, complejos, etc.), enfermedades y todo tipo de males; necesitamos proceder de la siguiente forma:
a)      entrar en nuestra intimidad y clamar a Jehová
b)      recordar a Cristo crucificado, dando gracias a Dios por el regalo de la salvación y la sanación en la cruz
c)      cubrir con la sangre de Jesús la situación que nos aflige
d)     confiar que la sombra de la cruz dará cobijo a nuestra alma para siempre y sentirnos liberados

Dice la Biblia que en Mara, en medio del desierto, en ese lugar de amargura, el Señor "les dio estatutos y ordenanzas, y allí los probó" Dios nos ha llamado a la vida cristiana, nos salvó de las tinieblas y la amargura del pecado, pero para que aprendamos a usar esta libertad que hoy tenemos, nos ha entregado estatutos y ordenanzas. Muchos cristianos piensan que la vida en la Gracia está exenta de normas. No conciben la felicidad humana con orden, organización, leyes a cumplir. Está equivocados en esto; la libertad del pecado, de la carne y del diablo, pasa por el cumplimiento de ciertos principios, como por ejemplo: a) disciplina en la vida devocional (oración, meditación, alabanza y adoración, lectura y estudio de la Palabra de Dios, ayuno); b) disciplina en las finanzas (diezmo, ofrenda, administración del dinero); c) disciplina en la vida eclesial (oración comunitaria, koinonía, rol, discipulado); d) disciplina en la mayordomía del cuerpo (alimentación, sueño, sexo, salud, descanso); etc.

En el cumplimiento de esas normas de conducta básicas para vivir en el Reino de Dios, el Señor nos prueba. De estas pruebas podremos salir aprobados o reprobados. Cuando sucede lo segundo necesitamos volver a vivir similares experiencias.

¿Cómo saldremos de la amargura del alma? Aferrándonos a la cruz. Hay dos formas de hacerlo: 1) reconociendo a Jesucristo crucificado y aplicando sus conquistas de la cruz para nosotros, la salvación y la sanidad; y 2) muriendo juntamente con Cristo, considerando que el viejo Adán y la vieja Eva ya han sido crucificados, ahora es Cristo quien debe vivir en nosotros. Sólo así, viviendo intensamente estas dos realidades espirituales, superaremos la amargura y nuestra vida será completamente endulzada con la paz, el amor, la fe y la esperanza de Jesucristo. Amén. 

UN DIOS SANADOR
"y dijo: Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, e hicieres lo recto delante de sus ojos, y dieres oído a sus mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu sanador." (Éxodo 15:26)

Este verso comienza con un si condicional. Si los cristianos hacemos todo lo que Dios ordena, entonces Él cumplirá su parte. En cierto modo es una promesa de Jehová, pero condicional al cumplimiento de nuestro deber para con Él. Por otro lado es un pacto de Dios con Su pueblo, en que al discípulo le corresponde hacer algo y al Señor otro tanto.

Jehová nos promete -porque así debemos leer este texto, para nosotros sus hijos- que "ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti". ¡Qué maravillosa promesa! Ni cáncer, ni tuberculosis, ni diabetes, ni artrosis, etc. etc., enfermedades que afectan al mundo, nos llegará a nosotros. ¿Se referirá a estas enfermedades? Pues vemos que tales males afectan también a los cristianos. No estamos exentos de enfermedad como la realidad nos lo muestra diariamente. Sólo que la actitud ante la enfermedad, de parte del cristiano, es distinta a la del no creyente. Las enfermedades dominantes en las tierras bíblicas eran las fiebres malignas, las enfermedades cutáneas, la parálisis, disentería y oftalmía. Cada época y lugar se caracteriza por cierto tipo de enfermedades.

En el texto se relaciona la conducta del hombre con la enfermedad. Nos parece lógico que cierto tipo de alimentación influya en la adquisición de enfermedades. La ingestión de grasas, por ejemplo, determinará problemas de colesterol que repercutirán en el funcionamiento del sistema circulatorio, con peligro de males cardíacos y hasta infartos cerebrales, aparte de la obesidad. Podemos decir que el pecado de la gula condujo a esa persona a la enfermedad. A similares conclusiones podríamos llegar con la ingesta desordenada de alcohol, el tabaquismo, el exceso de trabajo, las preocupaciones, etc. No es raro que la Palabra de Dios haga una relación directa entre desobediencia a Dios y enfermedad.  Si el pueblo de Dios enferma, es porque está fallando en obedecer a Dios, porque no está siguiendo Sus consejos para tener calidad de vida.

a)      Primera advertencia. Este si condicional comienza por advertirnos "Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios". Es probable que no estemos escuchando al Señor atentamente. Esa es la actitud correcta: atender a cada detalle de lo que Él nos enseña. La Sagrada Escritura es un verdadero manual para vivir; nos enseña como ser éticos en nuestras relaciones con la vida (personas, animales y cosas); como ser educados en las relaciones humanas; como relacionarnos con Dios; como vivir en forma saludable; como administrar el dinero; como conducirnos en la familia, el trabajo y la sociedad; etc., etc. La mayoría de los cristianos piensa que la Biblia es sólo un libro religioso, que nos enseña acerca de la salvación y la santidad, que sólo nos habla de Dios, y que nada tiene que decir sobre asuntos más "mundanos" o triviales. Están equivocados, pues la Sagrada Escritura tiene mucho más contenido que enseñarnos. El problema es que toda lectura del Libro la reducimos al sistema de Ley- culpa-castigo. Pensamos que todo lo que dice es una obligación que, de no ser obedecida, nos traerá un severo castigo. No es así. Lo que sucede es que al no seguir Su consejo, obtenemos el resultado propio de nuestro mal proceder. No es que Dios castigue, sino que el hombre hace lo que le perjudica. Alguien que fuma y luego termina con un efisema pulmonar ¿podrá culpar a Dios de su enfermedad? Otro que se casó sin la aprobación de sus padres ¿podrá culpar a sus padres de su fracaso matrimonial? El que desoyó el consejo de su tutor ¿podrá culpar a Dios de su amargura? El ser humano es responsable de su propia conducta. El papel de Dios es ser Padre y Maestro: cuidarle y aconsejarlo, pero no puede cuidarle de sí mismo pues respeta nuestro libre albedrío.

b)     Segunda advertencia. Si "hicieres lo recto delante de sus ojos". Desde niños se nos ha dicho que Dios está en todo lugar y no ve, aún en lo oculto y oscuro de los rincones de nuestra casa. Él ve su actuar, sabe lo que usted piensa y lo que siente su corazón. Nada está oculto para Dios. Por tanto debemos hacer lo recto, lo correcto, lo que éticamente es agradable a Él. Pero hacer lo recto también se refiere a lo conveniente para el cuerpo, para la mente, para la familia, la sociedad, el bolsillo, etc. Nuestro deber como mayordomos es cuidar el templo (cuerpo), el o los talentos (dones dados por Dios), el tesoro (dinero y bienes materiales) y el tiempo. Hacer lo recto es ser buenos mayordomos del yo, del matrimonio, la familia, el trabajo, la sociedad y la Iglesia. Estos seis aspectos engloban las esferas que tocan nuestro ser hombre. En cada uno de ellos es preciso que actuemos con rectitud. En cuanto al yo somos tripartitos: cuerpo, mente y espíritu. El alma encierra: conciencia (juicio), mente (conocimiento), voluntad (determinación), corazón (motivaciones) y emoción (sentimientos). Cada aspecto habrá de ser educado y formado para actuar rectamente. No es menor la responsabilidad de cada cristiano consigo mismo.

c)      Tercera advertencia. Si "dieres oído a sus mandamientos" se refiere a escuchar verdaderamente a Dios, no hacerse el sordo, el que no sabe o no entiende lo que el Kirios pide de sus siervos. El Señor pide obediencia a sus mandamientos, los cuales no son sugerencias o favores para Él, sino órdenes. La pureza, la castidad de la soltería, la fidelidad matrimonial, no son una opción sino un mandamiento. La heterosexualidad o la homosexualidad no son una opción, como hoy se estila y defiende; la Biblia es clara "varón y hembra los creó" (Génesis 1:27b) "no te echarás con varón" (Levítico 18:22; 20:13). Hoy día el diablo ha levantado la acusación de "homofobia" a quienes no estamos de acuerdo con la homosexualidad; pero nadie habla de la "heterofobia", los que desprecian la normalidad, que es la heterosexualidad. Debemos prestar oído a Sus mandamientos.

d)     Cuarta advertencia. Si "guardares todos sus estatutos". La cuarta advertencia que sostiene este texto nos conduce a la acción: guardar, poner por obra. "Si guardáis mis mandamientos" (San Juan 15:10) Jesucristo cumplió todo mandamiento de Su Padre ¿por qué nosotros no habríamos de hacerlo? En esto imitemos también al Maestro y guardemos todos los estatutos de Dios. ¿Qué diferencia hay entre estatuto y mandamiento? El mandamiento está contenido en el Decálogo, el estatuto es todo lo que Dios ha ordenado y no está explicitado en los 10 mandamientos, aunque se desprende de él. Por ejemplo el estatuto de no echarse con animales se desprende del mandamiento "No cometerás adulterio" (Exodo 20:14) De este mandamiento se desprende todo acto sexual impuro hecho fuera del matrimonio. Tras este mandamiento está el principio divino de pureza. Esta advertencia nos invita a examinar y considerar cada estatuto de Dios.

Finaliza el versículo con la solemne declaración "Yo Soy Jehová tu Sanador" En el texto original dice Jehová Rafa, que significa "Yo Soy tu Sanador". Jehová Rafa es uno de los nombres con que se designa a Dios en el Antiguo Testamento. Entre todas las características de Dios para nosotros es que Él es quien nos sana. El hecho que hable de "sanar" implica que su pueblo puede enfermarse y se enferma. Aún cuando nos promete que ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti, como igualmente somos pecadores, enfermaremos y Él será nuestro Sanador.

Hay enfermedades del espíritu, del alma y del cuerpo.

a) La principal enfermedad del espíritu es la rebelión contra Dios o pecado. Esta enfermedad la sana sólo Jesucristo con Su sacrificio expiatorio en la cruz; sólo la conversión y regeneración pueden sanar el espíritu. Un caso extremo de enfermedad espiritual es la posesión demoníaca.

b) Enfermedades del alma son las heridas, los traumas, los complejos, los prejuicios, etc., las cuales generan culpas por el pecado de otros, emociones encontradas, pensamientos negativos acerca de si mismos. Estas son la amargura en el desierto, amargura que el Sanador quiere quitar de nuestra vida; los nudos que nos atan y que pueden ser desatados por Su Iglesia. La llaga de Jesús quita toda enfermedad (Isaías 53:5). La Iglesia tiene el poder para desatar esos nudos  Por medio de la confesión (abrir nuestro corazón al tutor, como al Señor) y el perdón o absolución, cubriendo con la sangre de Jesús todo el mal que nos aqueja, somos desatados y liberados de esas culpas y pensamientos y emociones negativas (San Mateo 16:19)

c) Casi todas las enfermedades corporales tienen analogía con las del alma. Muchas enfermedades del cuerpo son de origen psíquico, otras por un inadecuado estilo de vida, otras se traen al nacer o como condición hereditaria o genética. Podemos asegurar que el Gran Médico de las almas ha demostrado su perfecta habilidad para curarlas todas. Como hijos de Dios debemos confiar en que Él es Jehová Rafa que sana toda enfermedad (Santiago 5:14,15)

FUENTES Y PALMERAS
"Y llegaron a Elim, donde había doce fuentes de aguas, y setenta palmeras; y acamparon allí junto a las aguas." (Éxodo 15:27)

Elim significa árboles. Es una estación de los israelitas en su camino de Egipto  al Monte Sinaí, llamado ahora hondonada Ghurundel, que es un ancho valle, el primero de cuatro que siguiendo al sudoeste corren al mar, como a 40 millas del sudeste de Suez. Allí hay varias fuentes y un arroyo, muchos matorrales y arbustos, y algunos tamarindos y palmeros.

El pueblo de Dios salió de Egipto a través del Mar Rojo, atravesó el desierto de Shur; anduvo tres días sin hallar agua. Luego llegó a Mara, que significa amargura, y no pudo beber de sus aguas pues estaban amargas. Por tal razón el pueblo murmuró contra Moisés. Este clamó a Jehová, y Dios le mostró un árbol que endulzó las aguas. El Señor, que les había dado estatutos y ordenanzas, allí los probó y les dio una promesa: no enviarles enfermedad si ellos obedecían, porque, aseguró "Yo soy Jehová tu Sanador."

Finalmente llegaron a Elim, un fértil valle donde fluían doce fuentes de aguas y setenta palmeras. Siempre, luego de la prueba, vendrá el descanso y el premio. ¡Qué mejor refuerzo a su perseverancia este magnífico lugar, un verdadero paraíso! El número 12 en Numerología Bíblica es un número simbólico. Se dice que es un número perfecto, significando perfección de gobierno o perfección gubernamental. Se encuentra como múltiplo en todo lo que tiene que ver con gobierno. El sol que «señorea» el día, y la luna y las estrellas que «señorean» la noche lo hacen por su paso a través de los doce signos del Zodíaco que cierran el gran círculo del cielo compuesto de 360 (12 x 30) grados o divisiones, señoreando así el día. Doce es el producto de 3 (el número perfectamente divino y celestial) y 4 (el terrenal, el número de lo que es material y orgánico). En el caso de Elim, las doce fuentes de agua están indicando que es el lugar perfecto para vivir, de cuyos manantiales fluye la vida de Dios, representada por el agua. El agua es símbolo de la Palabra de Dios, es el principio de regeneración encerrado en el Bautismo (somos sumergidos, sepultados y nacidos de las aguas), el agua limpia como la Palabra de Dios nos limpia. La Biblia describe como en la eternidad disfrutaremos de esa vivificación constante, cosa que se recalca con numerosas alusiones al número 12: doce apóstoles, doce ángeles, doce puertas, doce perlas, doce basamentos, doce columnas, doce frutos, doce meses, etc. (Apocalipsis 22:2)

En ese lugar privilegiado habrá para nosotros 12 fuentes de agua viva y 7 palmeras. Acudamos otra vez a nuestro estudio de los números y símbolos. El número 6 es dedicado a todo lo que es humano, el 7 pertenece a la esfera divina; el 6 es número de hombre y el 7 es número de Dios. El número siete domina toda la Escritura porque habla de la perfección divina y del orden perfecto de Dios. Que hubiese en Elim 7 palmeras, árbol que ofrecía sombra y frutos dulces como alimento a los peregrinos, implicaba que ese lugar era perfecto para el pueblo de Dios.

En la visión de la eternidad se nos muestra siete elementos en íntima y profunda relación: 1) un río limpio de agua de vida; 2) el trono de Dios y del Cordero; 3) la calle de la ciudad celestial; 4) el árbol de la vida; 5) doce frutos, uno cada mes del año; 6) hojas del árbol que dan sanidad; 7) las naciones que reciben la sanidad (Apocalipsis 22:1,2) Si considero ambos versículos por separado, obtengo 2 elementos en primer verso que describen a Dios Trino: el Espíritu Santo como río limpio de agua viva y resplandeciente, el Padre y Jesucristo, sentados en Su trono de completa autoridad. Hemos visto que Dios es Uno solo. Siempre que aparece el número uno en la Biblia se excluye toda diferencia. El uno denota aquello que es soberano. Pero dos afirma que hay una diferencia, como varón y hembra, día y noche, bueno o malo. Significa que hay otro; mientras que uno afirma que no hay otro. Aquí el Espíritu Santo quiere revelarnos que Dios, siendo Uno sólo, es también Tres distintos.

En el segundo verso están los cinco elementos restantes de nuestra vida edénica y eternal: 1) la calle de la Nueva Jerusalén; 2) el árbol de la vida; 3) los frutos de ese árbol; 4) sus hojas para sanidad; y 5) las naciones salvas. Sabido es que el 5 representa a la Gracia, es el número de la Gracia. De estudios de las dimensiones del Tabernáculo y el Templo, en el Antiguo Testamento, se desprenden estas conclusiones. En nuestro versículo hay 5 elementos animados por acción de la Trinidad, actuantes en la Iglesia o Esposa del Cordero: la calle por donde transita la vida en gracia; el árbol cuyo fruto nos hace eternos en la gracia; los frutos permanentes de la gracia de Dios; la sanidad que experimentaremos en la eternidad de Su gracia; los cristianos de las distintas naciones que vivirán en esa gracia para siempre.  
Definitivamente acampar allí junto a esas aguas, será lo más deleitoso. Nada se puede comparar a esa sensación de plenitud, libertad, amor y eternidad. Es maravilloso el llamado que hoy nos hace Jehová Rafa, nuestro Sanador, a vivir en obediencia a Él, para conquistar la salud sempiterna de nuestro espíritu, alma y cuerpo. No podemos desaprovechar esta incomparable oportunidad.

PARA REFLEXIONAR:

1) ¿Cree usted que Dios puede sanar hoy de enfermedad, si a Él se pide?
2) Estudie, reflexione y discuta en su cenáculo los siguientes textos: Deuteronomio 7:15 y Deuteronomio 28:58-61
3) ¿Qué experiencias han sido para usted su desierto personal?
4) ¿Qué enfermedades puedo identificar ahora en mi alma y de las cuáles quisiera sanar?
5) Haga una lista de sus preocupaciones, ambiciones, deseos, frustraciones, fracasos, pérdidas y soledades, y compártalas con su tutor.
6) Examine si hay en usted: soberbia, envidia, avaricia, lujuria, gula, pereza.
7) ¿Cuál es su actitud ante las dificultades de la vida: reclama contra otros, se molesta con Dios, se amarga, tiene un modo especial de aceptarlas?
8) Haga una oración de sanación por usted, visualizando sus amarguras y aplicando el sacrificio expiatorio de Jesucristo en la cruz.
9) Revise su disciplina en las áreas básicas de: vida devocional, finanzas, vida eclesial y mayordomía del cuerpo.
10) ¿De qué modo estoy poniendo atención a Dios?
11) ¿Me relaciono con Dios como mi Sanador o dejo mi salud sólo en manos de los médicos?
12) ¿En qué aspecto mi alma está debilitada y enferma?

PARA PRACTICAR EN EL CENÁCULO
1) Acepte la imposición de manos de su pastor para recibir completa sanidad en su alma.
2) Reciba el abrazo de amor de su hermano tutor, portador del amor del Espíritu Santo.
3) Bendiga a sus hermanos, de parte del Señor, derribando toda barrera de prejuicios, temores, rencores o cualquiera otra falta de amor.

BIBLIOGRAFIA
1) Prof. Ramón Romero y Ramón Romero hijo; "Como entender los números de la Biblia".
2) W.W. Rand; "Diccionario de la Santa Biblia"; Editorial Caribe; Miami, Florida, Estados Unidos
3) Santa Biblia, Casiodoro de Reina, revisión de 1960, Broadman & Holman Publishers, USA.
4) Emiliano Tardif & José H. Prado Flores; "Jesús Está Vivo"; Publicaciones Kerygma; México; 1984.





[1] El capítulo 5 de San Lucas nos presenta a Jesucristo en su quíntuple dimensión de: Pescador de almas, Sacerdote, Maestro de maestros, Médico y Esposo de la Iglesia.

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